5.11.07

Dificult music

Siempre me había molestado su queja. Esa letanía llorona de alguna manera me causaba una incierta negación, aunque me invadiera con su persistencia desde los albores de la niñez.
Con el correr del tiempo, la llegada de nuevas generaciones con buen gusto adosado, me apagó la rebeldía de la adolescencia y con ella, provocó el ensanchamiento del oído.
Yo había transitado estereotipos que bordeaban la necesidad de prestar especial atención, no ya a los pies que se pudieran escapar para seguir un ritmo pegadizo, sino a la cabeza que se abría a sonidos nuevos. Nuevas sensaciones, universos desconocidos.
Cuando escuché hace muuucho Relayer, hubo un crack interno. Close to the edge me cortó la respiración, y ahí al poco tiempo, Luis ingresó para plantar bandera dentro de los sentidos. Él me hizo comprender que había todo un mundo del que no hablaban los consejos familiares, ni los profesores, ni siquiera las aventuras hechas letras que los libros que escondía, para leer en las siestas, me habían dado noticias.
Sufrí por varios años una enfermedad no contemplada en los manuales médicos: Spinettismus gravis.
Transité la exhaltación de las pasiones escuchando Sylvia, de Focus. Génesis (el primitivo, cuando el advenedizo sólo se dedicaba a la batería), Floyd en sus inicios, ELP, Crimson...
Zep resquebrajó muchas madrugas, las primeras en las que me quedaba escuchando, gastando el surco de los discos, aprendiendo de memoria cada acorde, hasta que pude apalear un bajo sobre un escenario tratando de emular four sticks. Aquella escenificación adelantada muchos años a la realidad de un Santaolalla muy místico: Agitor Lucens.
Y hubo muchos más, muchísimos, hasta llegar a una madrugada rodeado de libros y apuntes escuchando una radio en la que sonó algo que no concebía, y solo atiné a escribir el nombre del intérprete en un papel que olvidé por muchos años, pero que jamás deseché, L. Anderson.
Con el tiempo, que transcurría por otros caminos subterráneos de los que era yo era ajeno, llegué a visitar algunos antros míticos: Babilonia, Cemento, el viejo IFT.
La explosión de fines de los ’80 trajo mucho para estas tierras en vivo.
Lo nacional emergía polentoso, ricotear los viernes a la noche, Páez haciendo falsete, Garré trayendo prados rosarinos, esquivando a SS aún hoy mismo, el pop no termina de convencerme.
Los ’90 fueron un arco iris de colores nuevos. Infinitos nombres.
Los discos que, trabajando en una radio, cayeron por pura casualidad en mis manos y no se separaron hasta darle el permiso a una adolescente para que pudiera expandir sus horizontes sensoriales, deshaciéndome –por un rato nomás- de lo primerito de Radiohead, pero conservando a Madredeus. Viajes, ya que el dólar así lo permitía, a cunas musicales, incorporando montones de discos al regreso, un Vrom original, descubrir a un Sakamoto incomprensible, una PJ Harvey multifacética.
Variar lentamente los sentidos hacia la magnificación acústica (y sensorial, valga la redundancia).
Hasta que, pasada mucho agua bajo el puente, llegué a las puertas (y entré) a otro, aunque distinto, lugar mítico: La Catedral.
Ahí me reconcilié con el viejo tango. Obviamente tuvo mucho que ver Gotan Proyect y otras delicatessen.
Aquel viejo tango que desde chico, teniendo discos de pasta mucho más anteriores que mi llegada al mundo, había defenestrado por su monocorde pena.
De esa manera, caminando una tarde cualquiera en San Telmo me permito acercarme a un tango más pasional que sublime, entibiado con sonidos de aires -o de cuerdas rememorando un Morgado sutil - , revitalizando y dándole, ahora sí, un sentimiento a aquella letanía llorona que había despreciado en la infancia.
No voy a recomendar nada porque, ya más como práctica jocosa del blog que como real intención, no intento hacer transitar pasos personales, sino que el propósito es solamente dejar abierta la posibilidad de encontrar algo que puede llegar a ser interesante.
Pero reconociendo que un músico, un artista, es otra persona cuando ejecuta su arte. Cuando canta, cuando pinta, cuando crea, permitiéndose trascender su envoltorio de carne y huesos, y liberando esa cosa a la que llamamos espíritu, interior o alma, siempre, repito: siempre deja una sensación de haber arrancado un pedazo de universo (y dale con esta palabra!) para traerlo hasta nuestro alcance, el de los humildes mortales.
Y muchas veces eso entra por los oídos, otras por la piel.
¿O a quién no se le eriza cuando se deja atravesar los sentidos?


(seee, ya se! podría haber linkeado muchos nombres del post, pero la intención no es habilitar data, ya hay blogs que lo hacen con mucho mejor criterio, tanto musical como artístico en general. Sino ahí, al costadito está la lista. Con ellos me nutro.)