11.2.08

Vida en eclipse

La mayoría de las personas que pasaron por este planeta lo miraron. También, no es para menos! Imposible no notar su presencia.
También muchos le dieron y dan poderes misteriosos, y la mayoría curativos. Tanto es así que se llega a pensar y demostrar científicamente que sin él la vida sería imposible por este costado de la galaxia.
No importa qué cultura o civilización hubiese pisado esta misma porción de tierra antes, todas le han rendido reverencia. También a su opuesta, aunque algunos con reminiscencias románticas la llamen su pareja.
Él es único, ella también. Quizá por esa monotonía de exclusividad hemos signado la vida a una continua bipolaridad de opuestos.
Las cosas son duales. Existe una de ellas y también existe su contrapartida. En el medio no hay nada, o lo que existe es una constante transformación hacia uno u otro de esos opuestos, como representa el mandala del ying y el yang.
Y aún así, siendo tan solo una o dos las alternativas para visualizar o vivenciar algo, cuesta demasiado entender como funciona.

Pretender contraponer el funcionamiento y utilidad del sol al de la luna, a veces no resultó del todo satisfactorio cuando sólo se piensa en opuestos. Pero por una o varias razones de simplificar el problema, se continúa pensando que lo son.
Es más fácil pensar que sólo hay luz y oscuridad. O pensar que el negro y el blanco son indisolubles uno en el otro.
Aunque en realidad ese es un engaño que, por no querer desovillar apenas unos metros el hilo del problema, hacemos de cuenta que siempre fue así y lo seguirá siendo. Aunque nos quedemos insatisfechos con la explicación simplista de la dualidad y los opuestos.
Porque nos quedamos insatisfechos, de eso no hay dudas.

Y las insatisfacciones a veces nos acompañan demasiados años en una vida que no suele hacer ostentación de tener tantos, ni de que le alcancen los que tiene.
Esa insatisfacción la mayoría de las veces está plantada sobre raíces de dualidades y opuestos.

Cuando era chico e iba a la escuela primaria, nos separaban en el patio durante el recreo en dos zonas, con la explícita prohibición de cruzar el límite que las separaba. En el colegio secundario a veces también se establecía algo similar. Una zona era exclusiva para las mujeres y la otra para los varones.
Cuando lo recuerdo, también acarreo otra imagen: siempre estuve insatisfecho con esa fragmentación del patio durante el recreo, o de la separación en los bancos dentro del aula, también entre mujeres y varones. Y varias notas de conducta he llevado a firmarles a mis padres por romper esas fronteras, o por intentarlo.
Las explicaciones para ello siempre eran también curiosamente prejuiciosas: los varones tienen juegos bruscos que lastiman a las mujeres, o actividades opuestas a las de ellas.
Claro, también la educación era distinta para unos y otras, pero no solo la escolar, sino la familiar y la social.
Cierta vez, como debía ser, mi padre tuvo conmigo la “charla de hombres”. Diálogo (monólogo en realidad) del que salí con menos respuestas, más dudas y tan sólo una certeza: el mundo está equivocado.
Esa educación, a la larga, fue macerando la idea de los opuestos. Y los opuestos derivan en inconciliables.
Y los inconciliables derivan en soledades.


Obviamente la vida no se desarrolla completamente dentro una escuela, pero lo cierto es que aquello aprendido nos ha creado más insatisfacciones que placeres. Y el placer lo hemos tenido que buscar solos... y aprenderlo precisamente junto a nuestro opuesto, dejándonos muchas veces conducir por él.

El amor, como el sol, es uno solo. Podemos creer que es amarillo, o naranja, o que no entibia demasiado. Podemos creer que cuanto más cruel es, más nos fascina, o que si es demasiado brillante termina por aburrirnos.
Pero lo que no nos sirve es pensar que el otro es nuestro opuesto, y que sus necesidades distan años luz de las nuestras.
Porque si creemos en ellas, no estamos más que haciendo una torpe parodia de aquello que desearíamos vivir, y mantendremos la insatisfacción de creer que esto, lo bien aprendido por ser mal enseñado y jamás cuestionado, es lo único posible.

Pretender que el sol remueva mareas como la luna, o que ella entibie los días de la misma manera que él, es hacer caso omiso a la necesidad de sus diferencias.
Reconocer que un día sin sol no es día, ni es noche, o una noche sin luna no es tan perfecta.
Un amor sin pseudos diferencias, es un amor comprometido, y dificil de concretar.
Pero en lugar de pretender pasarle cera al prontuario del otro, quizá sea necesario plumerear primero el propio.