9.7.08

Decisiones, responsabilidades y arroz con salchichas

Ser independiente es un paso importante.
Vendría a ser como que ya uno empieza a vivir la vida con responsabilidades, compromisos y dedicación.
De alguna manera, años más o años menos, sería como abandonar el nido, el hogar de los padres a los 20 para empezar con una vida más individualista, o al menos dedicada al desarrollo personal, la construcción de el propio futuro y bla bla bla.
Ser independiente es un paso importante.

Hay personas que recuerdan el día que hicieron ese cambio. Para algunas se materializó con más claridad en su fecha de casamiento, para otras no.
En general se tiene más conocimiento de la fecha de nacimiento que de la de independencia.
Qué día te independizaste? no es una pregunta cotidiana. No suelen hacerse horóscopos sobre ese día ni conmemorar la fecha con torta y velitas.
Nada.
En general no hay una conducta estandarizada para encarar ese momento, cada uno lo construye como puede. No hay maneras mejores que otras. Yo lo manejé medio torpemente –cómo correspondía a la inexperiencia de mis 23-, con idas y vueltas, pero con la idea clara del “sin retorno”.
Una vez que uno se marcha del hogar, no hay vuelta atrás, eso debía ser incuestionable, pasara lo que pasara.

También están quienes no lograron hacerlo nunca, permaneciendo a lo largo de sus vidas pernoctando en el hogar familiar. Son elecciones propias, en la medida que sean realmente elecciones propias. Tener conciencia de la propia elección es gratificante, sin importar cuál fuera esa elección. En una disyuntiva SIEMPRE hay al menos dos alternativas. Uno elige.
Elegir ser independiente es sólo una, hay otras tan válidas, pero continúo con la idea de independencia.
En general son cambios hechos con alegría, con amigos que acompañan, con dietas de arroz y salchichas, con ropa desorganizada y tirada por todos lados, con cuentas para pagar, con calefones que no funcionan... son cambios interesantes.
Con los años se va aprendiendo a organizar la ropa, a prevenir visitas, a enriquecer la heladera, a pagar las cuentas y tratar de conservar un resto. Se aprende y se disfruta el resultado de ello.
A veces aparece alguien con quién compartir no sólo la cama, sino el resto de la vida. Otras veces aparecen personas con las que compartir la vida es medio engorroso (o incompartible) y pasan de la cama a la puerta de calle. Y otras veces hay demasiado de unas o de otras.
Y los “demasiados” son movimientos sísmicos. Nunca se sabe qué quedará en pié.
O quién.

Pero volviendo a la independencia, en general es un momento de decisión no siempre recordado, pero casi siempre generador de nuevos acontecimientos. Y en la mayoría de los casos siempre llega un momento del cuestionamiento:
“¿qué hago con esta vida que ahora tengo entre mis manos?”.
Buscamos, en algunos casos, responsabilidades ajenas para sopesar la riqueza, o miseria –no exclusivamente económica- con que nuestra vida va llenándonos las palmas, o escurriéndose entre los dedos.
Y se sabe que, cuando uno quiere buscar responsables, siempre los encuentra, aunque se demore algún tiempo en reconocer que no hay mayores responsables que nosotros mismos. Los de afuera son un adorno, a veces más vistoso y fácilmente objetable, pero no pasan de eso.
Los “otros” no son los culpables de la suerte o desgracia ocurrida, si fuimos nosotros quienes, por ejemplo, les dimos las llaves de nuestra puerta, o les habilitamos un cajón para guardar su ropa.

...

Creo que a veces con los países pasa algo similar, o más complicado... pero similar. Como para al menos pensarlo, precisamente, en el aniversario de su independencia.