23.1.08

En una tierra de colores claros I

En los viajes que hacía cuando era chico al campo, muchas veces volvía con preguntas insospechadas, pero no por poseer en aquella edad una lucidez fuera de lo común, muy por el contrario. Las experiencias del mundo eran ínfimas y acotadas a un recorrido que la mayoría de las veces guardaba patrones metódicos.
Durante el viaje había que detenerse en un lugar determinado para descansar, desayunar, ir al baño, y luego continuar. No podía haber un viaje en el que, por más apuro que se tuviera, no incluyera esa obligada parada. No influían circunstancias climáticas, ni desperfectos mecánicos del auto. Había que parar ahí o ahí, aunque se hubiese hecho una parada anterior para desayunar 10 km antes.

Quizá se recurre a ritos metódicos para, de alguna manera, tener un control sobre todo un mundo demasiado improbable. Sin confundir esto con la experiencia, esa que nos asegura que, por ejemplo, detenerse a cargar combustible en una ruta cuando aún hay medio tanque lleno, nos asegura no llegar con el último suspiro hasta aquella estación más lejana, que siempre está colmada con una fila infinita de autos esperando. No, no me refiero a ello, ni a una simple parada técnica, sino a los ritos sin más conocimiento meticuloso que hacerlos porque sí. Porque algo puede suceder si no se celebran.
Para un párvulo de 5 años es difícil entenderlos, y en general se aceptan como ya establecidos sin pretender cuestionarlos demasiado. Quienes los ejecutan, generalmente los padres, tienen una razón, aunque esa razón no tenga la menor razón de ser.
Incluir una vuelta a la manzana de la iglesia de Luján durante el viaje, por ejemplo, era uno de ellos, aunque fuera a las 4 de la madrugada.

Mi idea, en aquel entonces, era entender la funcionalidad concreta de tales prácticas, tratando de conocer las “fatalidades” que pudieran suceder de no efectuarlas. Obviamente no pude alterar el ritmo de aquellas actividades, ni penetrar en el inconcebible mundo de razonamientos que las originaban. Simplemente “debían” hacerse.
Habiendo crecido desterré aquellos hábitos rituales, -que no sólo se restringían a los viajes, sino que en la vida cotidiana y sin tener una familia particularmente religiosa, eran frecuentes- cuestionando la razón funcional de su práctica.
Posiblemente la naturaleza del rito sea recrear momentos, experiencias, recuerdos. Volverse a acunar en algún estado de bienestar antiguo.
Regurgitar recuerdos traídos de la mano de un hecho repetido, sin más razón concreta que mantenerlo vivo.
O reconocerlo extinguido.