28.1.08

Noche de película

La postergación de ver la peli de un amor en un tiempo en que dos gotas de lavandina por litro de agua era una profilaxis insospechada, daría origen a un sábado desencadenado en otra película.
Habíamos programado con ella una noche de charlas, vino y empanadas. Todo un viaje ya relatado para recrear y los aconteceres de los últimos días. Pero ya la posibilidad de una fiesta ajena estaba latente.
La placidez de la noche bajo las estrellas, el fresco aire que se filtraba entre las plantas y el vino ya cumpliendo su función de estirar las risas y de provocar el llamado a un cumpleañero que se asomó a su balcón, algunos pisos más arriba, serían la previa.
-Subí, venite con tu amigo que aún queda torta! había sido la informal invitación.
Nos miramos, porqué no!?

Como único desconocido en tal reunión, la imagen que se me vislumbró apenas abierta la puerta del sitio del ágape ya hablaba de calidez, risas y bastante alcohol regando la geografía de innumerables vasos y copas.
El homenajeado embanderaba la procesión, sus ojos encendidos en un color rubí no demoraron en darme la bienvenida, en respuesta de mis felicitaciones por su aniversario.
La dueña de casa, su esposa, se acercó cálida con gesto amigable conduciéndonos hacia el resto de los invitados.
Luego de la presentación y saludo a cada presente, tomamos asiento sin que demoraran los vasos de strawberry. La amiga de ella, cohabitante también de tan célebre edificio, se acercó para saludarnos y, habiendo encontrado la excusa adecuada, aprovechó para alejarse del galán que la acosaba sacándole fotos a todos sus perfiles, sonriéndole con gesto contemplativo. Los tres nos sumergimos en un diván para compartir una rogel, mientras el galán me escudriñaba desde lejos, tratando de vislumbrar si quien suscribe le provocaría alguna competencia por la dama, que para la situación, se asemejaba a la gata negra que en los dibujos animados, trataba de escapar del bohemio Pepé le Pew.
El resto de los asistentes reía y comentaba situaciones poco entendibles: La propietaria de unos viñedos, ya entrada en años, se relajaba en un sillón hecho a su medida. A su lado su esposo, portando oscuros bigotes estirados a lo Caparros, procuraba alejarse de la influencia etílica de la mesa donde los demás hombres miraban el inevitable vacío de una botella de Trapiche.
No sé en qué momento, quizá lo fue haciendo lentamente, pero durante los movimientos de mis compañeras de levantarse, llevar y traer platos de tortas, una risueña y simpática mujer, que rondaba peligrosamente el límite entre caer desmayada en el diván o mantenerse en una charla de aristas intelectuales, se ubicó a mi lado para terminar, luego de tres copas de vino con hielo, llamándome Ciru con intenciones poco santas.
Un gordito, con cara de demasiado bueno, procuraba no moverse de su silla hasta que no le pusieran delante otra botella de Trapiche, o de lo que fuere.
El cumpleañero, con sus sesenta y pico recién estrenados, reía mientras escudriñaba su bodega buscando algo que hubiese quedado en el fondo. Ella me abandonó en el diván, dejándome al alcance de la simpática cuasi desmayada, para refugiar en sus brazos a Coral, una gata (verdadera en este caso) que husmeaba por todo plato que hubiese a su alcance y extrañando antiguas raciones de leberbush.
El galán vislumbró la situación del acoso que yo sufría, y se relamió para intentar encarar nuevamente a su presa. Ella mantenía una rotation imposible de describir, pero que esquivaba concienzudamente la cercanía del cazador.
Desde la otra punta de la mesa compartida con el homenajeado, un jovial cincuentón intentaba conducir la charla de los hombres hacia sus aventuras de navegación por el globo. Un matrimonio formado por una menuda pero insinuante mujer vestida con breve falda negra y desmesurado escote – aunque no tuviera mucho para mostrar-, y su desapercibido pero eficaz esposo con mirada de guardabosques, visualizaron la inminencia del descorche de una nueva botella y optaron por abandonar la reunión.
La mujer risueña, sin caer en su desmayo, me miraba con ojos turbios calculando el momento de poner su mano en mi rodilla al primer descuido. Le entorpecí la intención cuando me acerqué a la mesa donde los hombres pergeñaban las maneras de atacar la última botella –un malbec bien estacionado- que fue servido en forma ritual en estilizadas copas labradas.
Ya reíamos todos como viejos conocidos, La víctima del zorrino bohemio había encontrado refugio junto a mi amiga en una trinchera donde las demás mujeres cercenaban las aproximaciones del galán.
El cincuentón jovial insistía en intentar una vaquita de U$S 10.000 por cabeza para comprar un velero de no se cuántos mts. de eslora y navegar hasta Italia.
Me estiré para alcanzarle mi copa recién servida a mi compañera de aventuras y la risueña hizo un movimiento en su asiento para que volviera a su lado. Hice caso omiso y continué escuchando las desventuras de un remoto viaje a vela hasta Colonia.
Coral decidió sentarse a mi lado, limitando los furtivos ataques de la mujer risueña que ya reía a carcajadas mientras me tomaba del brazo.
La noche, que se estiraba entre buenos, aunque desconocidos, amigos, dejaba entrar por el ventanal una suave brisa que hacía rodar las risotadas más allá del balcón. Las charlas de viajes por Brasil, recalando obligatoriamente en Salvador da Bahía, subiendo indefectiblemente al elevador Lacerna, caminando por el Pelourinho y bailando el carnaval al ritmo de los Tríos Eléctricos me unieron definitivamente con el resto de los asistentes.
Hasta que llegó el momento de la declaración, y en medio de un silencio ceremonial, el homenajeado buscó en el fondo de su copa labrada las palabras para hacer sentir a mi amiga más perteneciente a su familia que su propia familia. Un afecto de años que en pocos días se transformará en despedida. Una más y también hacia tierras lejanas, que ella atesorará entre todas la otras despedidas de anteriores buenos, viejos y queridos amigos.

La gata pudo escapar hacia su madriguera antes que el galán intentara un póstumo ataque final.
La risueña se fue trastabillando y masticando su resignación de saberse una noche más sin compañía entre sus sábanas. Los demás bajaron como pudieron las escaleras dejando a su paso promesas de futuros encuentros.
Con mi amiga recalamos en su cabaña por algunos minutos para dejar sedimentar los vinos bebidos, despidiéndonos luego de haber esbozado una somera idea de esta noche, y haberle encontrado el título: una película de Almodóvar.