19.4.07

Rocío

Suspiró. Sus pequeños ojos claros me alumbraron húmedos. No había furia en sus labios, solo empezaba a emanar dolor su piel.
Sus manos, antes siempre inquietas y lánguidas, ahora escondían sus dedos finos y largos sin fuerza.
Quería entender pero lo negaba al mismo tiempo.
Quería ignorar pero intuía lo que llegaría.
Y nunca comprendí si había apresurado aquel momento, o si estaba precipitando una lluvia sobre un invierno ya precipitado de mil lluvias.
Cuando escondió su cabeza entre sus brazos, entre sus piernas, y se transformó en un ovillo pequeño ocultando sus lágrimas, su sal herida, su último rocío, sentí el golpe en la nuca que anunciaba el resto de mis días descorriéndose dentro de una sombra estéril.
No volví a verla, aunque la vi.
Y no dolió la pasión, solo murió.