27.5.07

Tierras lejanas

Hubo toda una temporada en la que soñaba con viajes.
No esos viajes a paraísos polinesios, no. Viajes en general: soñaba que algo transcurría mientras viajaba en trenes infinitos, o que me encontraba a bordo de un barco y sucedían cosas, o que un adminículo irrisorio me transportaba hacia lugares con arena y soles grises.
Pero la cuestión es que, por algo así como dos años, los sueños recurrentes tenían un móvil viajero.
Deseos de viajes? Indudablemente, pero ya tenía algunos en mi haber.
Traslado? Evadirme de momentos, situaciones? No sé, quedó entre las anotaciones de mi analista.
A los quince, viajé por primera vez a Gesell..
Viaje familiar, ciertamente. Pero conocer Gesell en los 70 (no, los insensatos no, los anteriores) ... me pegó.
La cuestión es que, en otras, reiteradas oportunidades tuve una predilección por los viajes solitarios. Gesell again, carpa y mochila a E. Ríos, a Bariloche. Noroeste, Chile, Perú...
Brasil. (cada vez que lo nombro...!)
Y otros, no tan solitarios, a otros confines. Cercanos pero lejanos.
...
En una oportunidad, alguien de mucho aprecio (esas personas que, sabemos, cuando largan una sentencia, es digna de ser regurgitada un par de veces para sentirles el sabor íntimo), me dijo: “viajar, conocer lugares, es, además de amar y ser amados, lo mejor que nos podemos llevar de esta vida“.
La gravidez del estómago, la mirada ansiosamente dilatada, dirigida a aquellos lugares que, sabemos, no volveremos jamás, aunque juremos que no será así. Los sabores, los aromas de otras tierras, de otras camas. Las maderas, las texturas que queremos guardar como memoria genética. Los sonidos, las palabras.
Cierta vez, en Bahía (...), me desperté una mañana en mi cama de hotel, llorando. Y no había tenido un sueño angustiante, ni estaba presente algún pesar que lo originara.
Pero, despertar de esa manera, solo, a tiro de piedra de un mar tremendo, con veinte días por delante para continuar allí, antes de regresar (siempre se regresa), sin ningún apego de enamoramiento a la vista, y midiendo todo mi existir en jornadas de sol a sol, labraron un surco dentro mío.

Un silencioso surco que me ensordeció por años.

22.5.07

Tumbas (sin héroes)


De chico viajaba seguido al campo. Había unos parientes (en realidad parientes de mi madre; por aquel entonces no los veía yo como parientes propios) que tenían su casa en la afueras de alguna ciudad apenas alejada de Bs. As., pero lo suficiente para que fuera campo. Con los animales propios: vacas, caballos, pavos inmensos, chanchos monumentales, pollitos picoteando la tierra, con los cuales yo me fascinaba tan solo de mirarlos.

Pero la visita obligada, era pasar antes por el cementerio del pueblo. Había allí parientes (también considerados ajenos) que requerían una visita previa.
Llegar apenas una hora después del amanecer, a un cementerio de pueblo... era mágico.
Mármoles, bóvedas con pesadas puertas, floreros inmensos, el olor..., el olor constante de ramilletes de flores. La humedad del rocío aún impregnando las baldosas. Los gorriones, que a esa hora eran lo únicos sonidos que rebotaban en las galerías. El goteo de alguna canilla en los piletones en donde se cambiaba el agua de los floreros, agua helada del amanecer.
Yo me escapaba, cuando la visita a una bóveda se hacía muy tediosa, y caminaba por laberintos de criptas, lápidas y pabellones forrados de nichos. No, no jugaba. Miraba, leía epitafios, observaba fotos amarillentas, rozaba esculturas en bronce con los dedos. Asistía al solemne espectáculo de la paz.
No, tampoco imaginaba hechos macabros, ni siquiera me preocupaba por idealizar los rostros demacrados bajo la tierra.
Nunca me enseñaron – o nunca aprendí- a tener miedo en ese lugar. Era tan tranquilo, con tan pocas palabras rondando, apenas murmullos (porque, no se la razón, pero quienes allí iban a mantener vivo su recuerdo de sus seres alguna vez queridos, hablaban siempre en voz baja).

Así crecí, sin sentir aprensión por los cementerios, ni por quienes allí estaban depositados, ni sus huesos, ni los enmohecidos bronces, ni los rechinidos de las puertas.
Era un lugar confiable, y mucho lo asociaba yo al silencio. Los muertos estaban muertos, los vivos susurraban, quienes trabajaban barrían callados o llevaban un féretro en algún viejo carromato de ruedas desvencijadas... pero nada era temeroso.
Hoy, aún, sin reconocer ciertamente ningún tipo de inclinación necrófila, ni tampoco alguna ciega predilección por los cementerios, o mantener exacerbantes monólogos respecto a la muerte, camino muy de vez en cuando por algún camposanto, aunque fuese de esta furiosa ciudad.
Me es grato caminar sin la amenaza del miedo. Y con la compañía de un envolvente, reposado, respetuoso y manso silencio.

18.5.07

No.

Oficina. 09.45

H: Juaaa, jua!!
C: ...
H: Me vengo cagando de risa desde anoche.
C: ...?
H: Ves Gran Hermano?
C: No.
H: Miralo, te vas a mear! La verdad que los famosos que pusieron son un cago!
C: ...
H: Fulano arma quilombo y Mengano lo quiere cagar a piñas. Juaaa!
C: ...
H: Me acuerdo y no puedo parar de reirme. Se mandan tantas boludeces!
C: ...
C: ...
C: ...
H: ...

16.5.07

No sabía. Y no herí a nadie por ello. Entonces!?

Sí, lo se. Soy un colgado.
A veces, hasta mi propia sombra me pierde de vista.
Y no quepan dudas: no lo hago por placer.
De hecho en muchas, muchísimas oportunidades me puteo por ello.
Sobre todo cuando recamino los pasos andados y miro.
Pero... es parte de mí. Si lo evitara, no me sentiría bien conmigo.
No, no es una costumbre, es una forma de proceder.
Quién sabe en qué par genético lo tengo acuñado.

Pero, llegar a Constitución, y buscar la boletería. Ver que estaba en remodelación, mirar para todos lados buscando alguna oficina precaria que oficiara de boletería.
Llegar a preguntarle a un policía... "dónde están las boleterías?"
Para anoticiarme más tarde que ayer hubo un quilombo (justificado posiblemente, aunque fuera violento -a veces la violencia tiene raíces que rozan la justicia-), del cual yo estaba TOTALmente ajeno, me perpleja.
Sí, ok. No hay una imperiosa obligación de tener al día el acontecer del mundo.
O del país. O de la ciudad en la que vivo. Ni siquiera del edificio en que duermo 7 horas por día.
No, no prendo la tv, y a veces pasan días hasta que acepte encenderla.
Tampoco escucho la radio, al menos a la mañana. No me interesa, en el momento en que aún sigo pensando en los retazos de sueños de anoche, deshacerme tan bruscamente de mí, para el único regocijo de “estar al tanto”.
Pero sí, no me había enterado, así volaran con la aviación la estación de tren... no sabía!
Y las opiniones al respecto que me espetaron en la cara, me las olvidé en el mismo momento que las oí.
En realidad no las escucho, cosa normal.
Es parte del ruido externo. A veces todo, todo lo demás es ruido. Y tengo una íntima sospecha que algunos ruidos externos tienen un color insidiosamente parecido a la inutilidad estúpida.

14.5.07

Sagrado y natural

...-¡Ah qué piel tienen! ¡Fina como la cáscara de una fruta! ¡Vosotros no tenéis ni idea de lo que es! Una piel satinada, resbaladiza y seca como si acabaran de frotarla con talco; una piel sin un defecto, sin una rugosidad, sin sudor, y ardiente, pero ardiente por debajo, del mismo modo que se siente la quemazón de la fiebre a través de una manga de muselina, ¿comprendes? ¡Como el cuerpo cálido de un pájaro bajo las plumas...! Y al mirar esa piel a la luz del día de allá, cuando roza ligeramente el hombro o la cadera, aparecen claridades azules en esa seda castañodorada, no sé cómo explicartelo, como un impalpable polvo de acero, un perpetuo reflejo de luna...
¡Y la mirada! ¿Has notado alguna vez la caricia de su mirada? Ese blanco del ojo, un poco acaramelado, ¿sabes?, en que la pupila nada con tanta ligereza...
Y, además... No sé cómo decírtelo... Allá, el amor no se parece en nada al vuestro. Es un acto silencioso, sagrado y natural a la vez. Profundamente natural. Nunca se mezclan a él pensamientos de ninguna clase. Y la búsqueda de los placeres, que aquí siempre es más o menos clandestina, allá es tan legítima como la vida, y, como la vida y el amor, es natural y sagrada. ¿Comprendes,...?

Los Thibault.
Roger Martín Du Gard

9.5.07

Onírico I

Me visto de amanecer y salgo.
La vereda se endurece con los resabios de frío de una madrugada que, pareciera, sucedió hace mucho. La ciudad está vacía, sin ruidos.
Paco me había dicho anoche (hace tanto!) que nos encontrábamos en el café de siempre, la cuestión es que no sé hacia donde caminar.
Las avenidas, tersas y pulidas, reflejan un sol brumoso.
Raro, pero aún no crucé a ninguno de los vecinos que, lo sé, barren sus pasillos, baldean sus balcones a esta hora. Ni siquiera el aroma de pan caliente brota de la panadería que cruzo todas las mañanas.
(Paco, dónde mierda era!?) Camino tratando de rememorar mi sueño, pero eso me distrae y me lleva por calles desacostumbradas.
-Estaba en una montaña, aunque baja, desde ahí miraba un colchón de nubes que cubría todo, hasta el horizonte. Pero las nubes no estaban arriba, sino por debajo.
Debajo de mis pies.-

8.5.07

Mi reino por una Spica

Una radio, por favor!
Ni de internet, ni emepetreces, ni con auriculares.
Una cajita de esas, de colores o hecha percha, pero que funcione!
(En el trabajo necesito escuchar algo que diga palabras a las que no necesite prestarle atención. De esas de las que se puede prescindir. Para no sentir culpa de putear a quienes, de carne y hueso, dicen palabras que no escucho).

4.5.07

Hombres de negro en la lluvia

Viajo en colectivo. En el asiento de atrás, dos hombres conversan:

H: Vos alguna vez leíste algo acerca de los agujeros en los polos?
J: ¿Qué agujeros?
H: Hay un tipo que escribió un libro sobre los agujeros que tiene la Tierra en los polos, diciendo que dentro vivían “intraterrestres”
J: No sé si agujeros, pero la Tierra está aplanada en los polos, no es redonda...
H: Ese libro, cuenta que ahí viven seres, que llegaron hace mucho de otra galaxia, y que a veces se infiltran en las ciudades.
J: ...
H: Vestidos de negro, y son todos iguales, idénticos.
J: ...
H: Son altos, como de 2 metros, y tienen ojos color miel.
J: Y vos pensas que es verdad?
H: Claro!

Yo miro por la ventanilla la lluvia que se empecina en caer de manera fina sobre Buenos Aires.

Hay veces que la lluvia es tan silenciosa que permite ruidos humanos entrometerse a su paso.

2.5.07

Soltando pasados

B: Y?, la volviste a ver a L?
C: No. Hace aglún tiempo me llegó un correo con su nueva dirección y el teléfono.
B: ...
C: Hace como un año...
B: ...
C: Pero no, no la llamé. Hay historias que hay que dejar que se vayan, sin escuchar ni decir palabras.
B: Está bueno eso, pero a veces uno quiere que las historias vuelvan, renazcan.
C: ...para qué? Nunca serán lo que fueron, y peor: serán una triste sombra de lo que fueron.
B: Fue efímero entonces?
C: No! Fue eso: el tiempo que duró, sin remakes. Aunque duela, por eso hay que dejarla ir. Guardar el sabor agradable, con dolor y todo.
C: Si hay un tiempo suplementario se corre el riesgo de perder aquel sabor.
B: ...
C: ...
C: Y lo que vivimos no merece ese olvido.
B: Entonces, no querés olvidarla...
C: Claro. Por eso dejo que se vaya.