11.7.07

Confesiones de invierno

Todos tenemos temporadas del año que nos gustan, y también están aquellas que generan todo un sentimiento contrario. Yo tengo la teoría que las estaciones que a cada persona le agradan tienen que ver con el mes de su nacimiento. Lo comprobé, y en un porcentaje de un 75-80 % coincide.
El invierno es una época incómoda, molesta, depresiva, enfermante.
De chico me enfermaba todos los inviernos. Gripe de una. Me incomodaba vestirme en demasía, si bien estaba medianamente abrigado, era sólo por una o dos prendas. Que esto me pica, que aquello me aprieta, que lo otro me cuesta trabajo sacármelo para ir al baño y después otra vez ponérmelo... Claro, los gritos de mi madre no se hacían esperar, pero como el crío la venía de testarudo, el resultado era caer en cama con 39 de temperatura.
Dicen que eso sirve, a la larga, para tener más inmunidad contra los virus. En mi caso, sí.
Hace unos años tuve un trabajo que me llevó a pasar toda la época invernal en los Andes. Durante cuatro meses, interrumpidos apenas por esporádicos viajes a Bs As, trabajé en un centro de ski de alta montaña – uno re fashion- de nuestra cordillera.
Cuatro meses en los que viví rodeado, aislado, tapado hasta la cintura por nieve. Incluso hasta metido debajo.
Por ser parte del personal del complejo, tenía acceso libre a cuanto bar, boliche, restaurant, cine, gimnasio y lugar recreativo que hubiera. Y, mi puesto –que no viene al caso, pero era medianamente jerárquico- también me generaba invitaciones a todos los hoteles, casino y spa del lugar.
El trabajo tenía el inconveniente que era de lunes a lunes, pero... no importaba, no había diferencia entre los días. Todas las santas noches había una reunión, fiesta, copetín, cena, agasajo, asado, paseo, invitación a tal o cual actividad pública o privada, despedida, bienvenida, lo que fuere.
Había gente de la farándula –obvio- pero la verdad? vivían garroneando, en pose todo el tiempo y haciendo obstinada ostentación del ruido que hacía alguna neurona en sus cabecitas. Patéticos.
Las reuniones que comento, eran entre nosotros, los que trabajábamos en el complejo, y quizá algunos turistas anónimos sin más etiquetas que las que colgaban de los guantes de abrigo recién comprados.
Muchas noches, pero estoy diciendo muchas, se terminaban cuando ya el nivel de alcohol en sangre superaba ostensiblemente el exigido hasta para manejar un sulky.
Gran parte de mi ocupación laboral estaba relacionada indirectamente con el personal de seguridad -que, sin ser de particular agrado, se creaba una relación tolerable- tanto local como provincial, por lo que, la misma policía que se encargaba de resguardar a los turistas contra el mal uso de bebidas -y otras hierbas- era con quienes, entre otros -médicos, intructores, personal de guarderías, barman de bares varios, psicólogas, encargadas de RRPP- terminaba esquiando a las 2 de la mañana, con una luna así de grande, cantando a los gritos “donde iremos a paaaarar, si se apaga Valderraaaaama!”.
La única farmacia del lugar, en la que trabajaban tres chicas, también asiduas a estas reuniones, eran la visita obligada de cada mañana. Antiácidos, analgésicos y recomponentes de la flora estomacal e intestinal tenían tanta salida como los protectores solares para labios entre los turistas, o los preservativos al atardecer.
Mi trabajo exigía una cierta postura, mantener una imagen para su ejecución. Hubo mañanas en las que, habiendo dejado perdido en algún recodo desconocido el pantalón térmico que exigían los –3°C de cada día, me veía portando debajo de un ajeno jean, alguna calza amarilla o verde flúo que gentilmente me cedía la señorita con quien había compartido habitación, hasta poder, al mediodía, volver a mi cuarto para recuperar alguna prenda más varonil.
Sí, las temperaturas no eran chiste. Se mantenían entre los 3 y los –5°C, y he vuelto caminando algunas noches las 7 cuadras que me separaban de mi habitación con –12°C.
No me gustan los inviernos, pero ese invierno lo recuerdo por muchas cosas, y además, por no haber caído enfermo.
O al menos no me di cuenta de haberlo estado.