23.7.07

De la fe y otras cuestiones

Hay creencias y creencias.
Cada uno tiene un respetado derecho a creer en qué o quién mejor le parezca.
Si bien el tema místico puede causar un cierto escozor a algunos, la verdad es que, normalmente, se suele criticar aquello que no se conoce.
Y, también, están aquellos que se sienten atacados a mansalva por su religiosidad. La caza de brujas terminó hace algunas centurias; ahora los regímenes políticos están más abocados a la caza de terroristas, de narcos y, solapadamente, de aquellos que no cumplan con la sexualidad requerida para conformar una familia tipo (aunque tengan voto). Hace unas décadas se cazaba comunistas o raritos que deambulaban con un libro de Foucault bajo el brazo, con barba y anteojos.
Salvando estos casos, no hay persecución de idolatrías.

Hace unos años me tocó en suerte trabajar durante una temporada en los estudios de una radio de alcance nacional, radicada en esta ciudad.
Mi trabajo -que no viene al caso describir, pero aclaro que nada tenía que ver con algún programa específico emitido por la misma- demandaba que estuviese desde las 16 hasta las 0.00 hs todos los días, precisamente escuchando todos los programas.
La cuestión es que, diariamente, a partir de las 22, comenzaba la difusión de un programa dirigido por los pastores XX de la secta YY (obviamente espero que nadie trate de buscarlos en el catálogo de creencias populares porque ese nombre –y el del pastor- es ficticio, ok?).
Estas personas que desembarcaban cada noche, tenían –curiosamente- acento portugués. Quizá no tenemos una escuela en el país para tales menesteres, y deberá ser necesario importar especialistas matriculados, quién sabe.
Hasta ahora, todo bien. Qué el alma va al cielo, que el espíritu saraza, que la fe. Todo dentro de los parámetros habituales.
La cosa era cuando un oyente llamaba. Primero era atendido por una secretaria (...) quien le tomaba los datos personales. Esta niña, una vez saciada su curiosidad formularia, comenzaba a charlar con el/la oyente preguntándole la índole de su llamado, que problemas tenía, cual era el familiar afectado por una dolencia, desde cuando, que le dijeron los médicos y toda una charla de, al menos, 15 minutos, en los que terminaba conociendo hasta la frecuencia sexual de la persona.
Esta charla más, “íntima” terminaba con la frase “le pido por favor que no le diga al pastor que estuvimos hablando de esto, yo lo hago porque ud me pareció una persona agradable, pero no le comente nada porque sino me echan .Y yo soy del interior y llegué hace una semana a Bs As... y conseguí trabajar con el pastor, pero no le diga que ya estuvo hablando conmigo, sino me quedo sin trabajo”.
A los 5 minutos, el oyente salía al aire, donde el pastor, luego de escucharlo por 30 segundos, ya le adelantaba la índole de su mal: “veo que tu tienes un familiar enfermo, y los médicos no han podido resolverlo...”
Sí, sigue como imaginan.
Claro, uno puede pensar: pero la gente no se daba cuenta?
No. Rotundamente no. Y todos los días tenían montones de llamados, eso puedo asegurarlo.
No creo, particularmente, que se deba escarbar los orígenes que dan lugar a la aparición de estos movimientos espirituales, en la ignorancia de la gente. La ignorancia no es una culpa, sólo es falta de instrucción, de comunicación, de conocimientos. Y los que los tienen, si los mezquinan para minimizar la capacidad de los demás, sometiéndolos como ovejas y exprimiéndolos como pasas de uva, son más culpables que aquellos a los que se acusa de ignorantes.
Uno mismo puede espetarle en el rostro a otra persona con quien estamos en una barra, su ignorancia respecto a la creencia que beber tequila en copa de degustación causa menos mareo que hacerlo en un vasito diminuto. Se le puede decir a un amigo “ignorante” cuando supone que esa chica que conocimos en el bar y de la que nos enamoramos, sólo quiere mentirnos pasión a cambio de cenar en Cabaña Las Lilas o llevarnos de vacaciones a Praga.
Todos somos ignorantes, a diario nos suceden cosas de las cuales no estábamos enterados, y también nos pasan como pato rengo para engañarnos hasta con el precio de la acelga. Obvio, una vez que aprendemos, guardamos ese conocimiento, pero siempre habrá una nueva forma de encontrarnos desprevenidos ante algo, lo que fuere.
A menos que alguien, sea lector o conocido, tenga absolutamente claro TODO en la vida.
Yo no, por ejemplo.