11.9.07

Autismo

Cuando voy al cine –no, no voy a recomendar pelis porque yo NO recomiendo pelis, ok?- suelo quedarme hasta que terminan todos los títulos, ya lo comenté en algún post.
Lo que suelo hacer, pero eso es menos intencionado sino que solamente sucede, es no poder hablar de la peli durante un buen rato.
Hay quienes ya mismo al salir del cine están pensando en un café, una porción de muzzarela con cerveza o desfilar por los bares de palermo. Yo no pienso.
Me ha pasado de ir con alguien y escuchar ahí, al minuto de terminada “qué te pareció?”
No puedo decir nada, necesito varios minutos, a veces muchos para poder encontrar una traducción entendible como opinión de la misma. Así sea para otra persona o para mí.
Pero rara vez voy acompañado al cine, rara vez lo elijo como salida compartida.
Alguna vez hace años, saliendo de ver el cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, ya en el hall del cine me interceptó alguien, no sé quien era, ni si era hombre o mujer. Compréndase, salir de ver algo de Greenaway no es como salir de ver a Franchella. La cabeza estaba cercenada en pedazos minúsculos que en ese momento trataban de reacomodarse a su lugar original.
Me preguntó “qué tal es esta película?”.
Lo miré, -o la miré, dije que no recuerdo- fijo pero como mirando una ola de 200 mts de altura que avanzaba por Corrientes, con ojos grandes y tratando de comprender un dialecto tan inverosímil como el swahili.
Desconcertado por la pregunta –cualquier cuestionamiento en ese momento me hubiese desconcertado, hasta preguntarme si esa mañana había desayunado con café o mate-.
“No” contesté. “No lo sé”. Y me fui caminado buscando algo en las baldosas mientras susurraba “no lo sé” haciendo una leve negativa con la cabeza.
Ahora que lo pienso, esa debe ser la razón de ser esquivado por amistades para compartir una salida al cine.