10.9.07

De colores y soles

Hay un fenómeno óptico que hace más de un siglo la fotografía bautizó. Más tarde se lo prestó a su hermana, la cinematografía y ella a su vez a su hija boba. Un principio simple, la descomposición de la luz.
Este principio, sintetizando, especifica que, de la unión de un haz de luz rojo, otro azul y otro verde, se forma un haz de luz blanca. Esto es el principio aditivo.
Existe el sistema sustractivo, que es algo similar pero inverso. Igual no viene al caso para esta explicación tal método – no se apresuren a probarlo, la luz negra, físicamente, no existe-.
Quedémonos con que la suma de tres colores primarios, dan por resultado luz blanca.
Si bien este principio se refiere únicamente a la luz, ya que con pigmentos no se manifiesta, dado que ahí intervienen cambios químicos que no hacen a la luz sino a la característica de absorber un determinado haz de la misma por parte de cualquier objeto opaco.

Nosotros somos opacos. Créanlo.
Hay gente –ópticamente hablando- más opaca que otra y algunos –subjetivamente- más transparentes. Pero en términos generales, todos los humanos, razas y malestares hepáticos incluidos, somos opacos.
O sea, reflejamos un determinado haz de luz de acuerdo a la luz absorbida por sustracción de colores.
Pero por adición –no, por adicción no, ahí estamos en otro tema, a veces más divertido, otras no tanto- digamos que reflejamos una determinada mezcla de rojos, verdes y azules.
Pero para poder reflejar tenemos que partir de lo dicho anteriormente: somos opacos.
Ahora ¿porqué luz blanca? Digamos que como tenemos desde hace un buen tiempo sólo un sol, el ñato ejerce una hegemonía dictatorial respecto a nuestra percepción de los colores, ergo de nosotros mismos.
Algunos animales no pueden visualizar todos los colores, y una minoría, directamente ninguno teniendo sólo una visión en blanco y negro-grises incluidos-.
Nuestra percepción de transparencia de otro ser –humano para no complicar el asunto- pasa por otro lugar. Y en ese otro lugar no hay colores, aunque se mal interprete que uno está viendo las cosas color de rosa. O que se las ve negras.
En ese lugar no hay colores, hay afectos. O sentimientos o sensaciones.
Aún así, sin ver colores, vemos transparencias. O creemos verlas, que eso también es válido y mucho.

La mentira de ver la realidad y tergiversar de ella la porción que mejor nos define, nos mantiene vivos.
La cuestión es que no creamos que nuestra mentira es la más realista de todas las mentiras existentes. Sólo nos sirve a nosotros, quizá podamos compartir algún fragmento menor de ella, pero digamos en términos generales que nuestra mentira es única.
Repito, antes que crispen los dedos contra el teclado y comiencen con improperios: la mentira es creer que ese segmento de realidad al que nos aferramos es LA realidad.
Claro, hay realidades y realidades, o para ser más criteriosos hay mentiras mas realistas que otras.
Van Gogh tenía él solito la certeza que sus pinturas representaban su universo, el resto de sus contemporáneos no. Con la excepción de Artaud -espero los puristas sepan consentirme-.
Sin intentar entrometerse en planos psicológicos o, mas profundamente, en filosóficos, digamos en términos generales que, cuanto más apartado de la realidad de los demás uno mismo se encuentre, posiblemente más cerca de la propia esté.
Pero el problema de todo esto, de Van Gogh, de un único sol, de adicionar o sustraer colores, de ver seres opacos y de encontrar algunos transparentes es que necesitamos de la mentira de los demás, lanzada al aire con fuerza de verdad.
Sin ellos, nuestro universo tendría un sol apagado.
Y vivir con un sol apagado, no implica sólo la nimiedad de vivir sin sombras.
Implica no vivir, o vivir sin los demás.
Que podría llegar a interpretarse como lo mismo.