16.9.07

Fobia

Serían doce horas de ayuno, ningún problema con eso.
Al día siguiente, levantarme más temprano que lo usual para llegar en horario a la clínica. Tampoco hay problema.
El tramiterío no es algo para mentes con IQ elevado. Prueba superada.
La espera ya me sorprendió tamborileando con los dedos sobre mi rodilla. Apenas diez minutos, o menos.
Mi nombre, consultorio 3.
-Buen día, trajo la muestra de orina?
-Hola, buen día. Sí, aquí está.
Joven, en el límite entre linda e intrascendente, tirando a linda.
Prepara tubos, muchos con tapas de distintos colores. Miro su tarea mudo.
-Bueno, subite la manga y apoyá el brazo acá.
Ya el tuteo me cayó mejor, aunque no había razón para no usarlo.
Mientras pega etiquetas numeradas en las probetas –todos somos un número- saca ese endemoniado jeringón, digno para una peridural de un caballo.
Resoplo en silencio. Trato de quedarme quieto, mi pie derecho me traiciona.
A esa jeringa de medida descomunal, le inserta la nefasta, satánica aguja...

Desde chico, -obvio, estas sensaciones nacen en la infancia- le tengo aprensión a las agujas. Está todo bien con ellas pero si se tienen que insertar en mí para ponerme o sacarme algo, me altera.
Alguna vez, cumpliendo con la patria como conscripto, me ha tocado asistir a un compañero con una herida cortante a la altura de sus riñones, junto al médico milico. Llevarlo en andas, contenerle la herida abierta -considerable por cierto- con las manos no era en absoluto un problema. Ignorar sus gritos de dolor, y sus movimientos tampoco. Ni asistir para la curación y luego para la sutura.
Pero en el momento en que me solicita (un militar no solicita, ordena) sostenerle el brazo para inyectarle no sé qué espeso y amarillo empaste, con un aparato propio de la edad media, y aguja de colchonero, ya fue otro tema.
-Sosténgalo que no mueva el brazo. Fuerte.
Le apreté tanto el brazo, que quedaron mis dedos marcados. La vista de esa jeringa metiendo algo que se rehusaba a meterese, denso, la aguja levantando la piel, extraer un poco de sangre para verificar que estuviese en el lugar correcto, me hicieron transpirar.

Las fobias son aprendidas. Algunos tenemos esas cosas que nos alteran el encéfalo –los profesionales, que se que leen esto, permítanme la licencia. Encéfalo en lugar de "ignoto sitio de la psiquis" me pareció con mejor cadencia de sonido, además de ser palabra esdrújula que tiene un cariz así como entrevarado y bla bla bla...- hasta el punto de sobresaltarnos nerviosamente.
Miedos inconscientes que acunamos desde un ignoto origen en la formación de nuestro marulito.
He conocido gente que siente aprensión por las plumas de cualquier bicho emplumado –que esté vivo, curiosamente. Con los plumeros o almohadones ningún drama-.
Lo mío con las agujas de jeringas lo he deshilvanado hasta encontrar los orígenes.
Los miedos de ese tipo, arañas, fuego, lugares cerrados, cucarachas, cuchillos, agua caliente, etc son producto de una idea externa que interiorizamos como peligrosa, o amenazante.
He asistido a la creación, en una criatura de 4 años, del miedo a las cucarachas. Simplemente la madre, cuando el infante se levantaba descalzo de noche para ir al baño, le creó el temor a ellas diciéndole que le morderían los dedos, para asegurarse que se calzara y no caminara sobre el piso frío en invierno. El crío, antes de eso no tenía miedo a tales asquerosidades, de hecho las trataba como simples hormigas o mosquitos. Pero a partir de ese miedo en la oscuridad, de ese ser que le podía dejar los pies hechos muñones, creó ese irracional miedo.
Hay muchos. La mayoría de nuestros hábitos los asociamos como naturales a partir de una, a veces tácita, deformación externa.
Algunas personas tienen la costumbre de pegar en demostración de afecto. Muchos lo hacen: como gesto cariñoso aplican un golpe en la nuca, o en el brazo o a modo de patada en el culo.
Claro, pero te explico querido: que a vos te hayan cagado a palos de chiquito, diciéndote que lo hacían porque en realidad te querían, era una mentira. La violencia jamás es afecto, siempre es violencia. Si te la vendieron así es porque la bibliografía que consultaron tus padres para criarte era la colección de Me Cago en Piaget. Ya es hora que te bajes de la higuera y generes tu propia apreciación del mundo.
Y deja de pegarle golpecitos en el brazo a tu novia, a tus amigos –o a tus hijos- porque eso, a la larga te transforma en un golpeador de primera. El confundido sos vos, y lo demás no tienen que hacerse cargo de la ignorancia de los padres que tuviste, ok!?
Y vos, que aceptás esos golpes con una sonrisa, enterate: también estás equivocado/a . A tus progenitores no le podías detener la cachetada, pero al resto del mundo sí.


..ella me ató la goma en el brazo, me hizo cerrar el puño.
-Respirá profundo.
Obvio que no miré esperando el certero impacto brutal de esa aguja penetrando en mi vena.
No exagero, sentí algo demasiado leve. Muy, pero muy tenue que ni siquiera pude asociar al pinchazo. Ella, que estaba en el límite de ser linda o intrascendente, me pareció la mujer mas bella de la tierra. Cuando me dijo que aflojara la mano y mantuviera el algodón cubriendo una in-sig-ni-fi-can-te marca, la miré como para proponerle casamiento.
Me devolvió una sonrisa mientras se dedicaba a llenar montones de tubos con mi líquido elemento.
Salí feliz, y con ansias de que me llamaran nuevamente de la clínica en algunos días, porque hubiese algún error en los análisis que requiriere volver a efectuar el maravilloso procedimiento.

Update:
Fuí a retirar los análisis. Ella no estaba.
Claro, tanto brazo que pasa por sus manos por día...
Tanto jeringazo que aplica sin recibir, seguro, una mirada como la que yo le dirigí.
Sólo se quedó con unos cc de mi sangre. Me dejó anémico y me olvidó.
Sólo fui para ella un hepatograma más...
No importa, el sentimiento que guardé no necesita replicarse en su eco. Es mío.
Y así quedará guardado, sin rencores.