3.6.07

Afecto liso y llano

Yo no tuve perros. Bah, tuve, pero no eran “míos”, ni teníamos esa relación que suelen tener algunos con sus perros. No éramos amigos, no dormía conmigo, no nos escapábamos juntos para ir a jugar.
Si bien en la casa donde viví había siempre animales: pájaros, gatos, conejos de indias, perros. También los había en casa de parientes.
Pero no, no tenía yo ese sentido de pertenencia de los animales. Pero me gustaban, realmente.
Aún hoy, no vivo con ningún animal en casa. Pero cuando voy a la casa de alguien, que tiene perros, o gatos, me entiendo muy bien con ellos.
Y me ha pasado hasta con desconocidos: ir por primera vez a una casa donde vive un gato, y me aclaran “ah, ahí está Tomás, pero no se lleva bien con los extraños, así que ni te preocupes, se va a alejar”. Pero no, el tipo se me acerca, y puede aceptar (así, tan módico como sólo un gato puede aceptar) algún franeleo. Y escucho comentarios de extrañeza “sos el primero que veo que le hace eso ni bien te conoce”.
Perros, gatos... hasta con tortugas me entiendo.
Eso, me entiendo.
Sin pretender ser su amigo, he vivido alguna vez junto a una cocker. Ella sabía que solamente yo la sacaría a pasear por las noches. Y que yo era quien le calmaba las molestias, aplicándole insulina, cuando cayó con diabetes. Pocas veces jugaba conmigo, y cuando lo hacíamos, realmente no nos entendíamos.
Pero, a pesar de esto, siempre tuve buena onda con los bichos.
Cierta vez, al perro de una novia que he tenido, un caniche negro, vago y callejero, yo lo entendí en su depresión cuando lo pelaron completamente por un acceso de pulgas, garrapatas y no se que otra porquería que se había agarrado.
Juro que entendía su cabeza baja, sus ganas de no comer, su mirada, su lento caminar. Y yo me sentaba junto a su plato de comida, y le daba pedazo por pedazo en la boca. Así tenía la obligada visita todas las tardes (esta novia vivía con sus padres) a la casa para “alimentar a Fito”.
Napoleón, un angora blanco, que tenía una fugaz pareja mía, dormía sobre mis piernas, cuando me quedaba yo a dormir en la casa. El tipo miraba nuestras sesiones de amor, y luego, cuando ya nos quedábamos tendidos dormitando, se subía hasta donde me localizaba y dormía allí. Y también estaba la aclaración “sos el primero que le hace eso”.(o, ahora que lo pienso, no sería alguna especie de comentario subliminal de esa mujer, diciendo...? Mejor me quedo con la fantasía de que con Napoleón me entendía).
Pero yo no tuve perros. O sea, aquellos animales con quienes me pudiese entender, siempre eran ajenos. Y aún hoy lo son.
El gato de mi hermano, las dos gatas y la perra de mi amigo, la pequinesa de la viejita del 5° C, el danés del 2° A.
No sé, pero me resulta muy agradable poder darnos afecto mutuamente, con seres con los que no es necesario mediar palabras.
Ni creerlas. Ni jurarlas.