13.6.07

Uno de los nuestros (IV)

Cap. IV



Vuelto a Buenos Aires, Extragómez cambia de trabajo, influido por las vivencias experimentadas en el caribe, dedicándose ahora al mercadeo de golosinas.
Esta nueva actividad lo lleva a conocer rincones apartados de la república, quedando totalmente prendado del pintoresco pueblo de Roncatti. Lugar al que, ya con 27 años, se dirige para establecer su residencia, alquilando un carro de lechero que estaba decorando la plaza del lugar.
En ese pueblo Extragómez conoce a Leticia, joven agraciada tanto en su ir como en su venir, que no le pasa dos trancos de bola. Más tarde se cruzará con Azucena, quien, aconsejada por Leticia, se dedica a la vida licenciosa con cuanto varón mayor de 13 años hay en el lugar, esquivando concienzudamente a Extragómez. Cierta mañana de julio, cuando hasta la dentadura de los jilgueros se congelaba de frío, Extragómez efectúa un viaje en sulky hacia Buenos Aires, para aprovisionar su stock de caramelos media hora, yum yum frutilla y esas pastillitas de colores, esas que tienen forma de confite y vienen en cajitas de plástico verde ¿cómo se llaman..?
No llega, por cierto, dado que se le empacó el caballo, debiendo buscar pernocte en una hacienda de la zona, dedicada a la cría de cabras y al cultivo de escarbadientes.
Allí lo recibe quien será su segunda esposa, una descendiente de tártaros, morena, metro setenta y tres, lomazo, piernas como para patear penales, dos ojos, boca con forma de pera mordida, orejas repartidas a cada lado, páncreas rozagante, escápula como raqueta de tenis, tabique nasal ínfimo y rastas hasta la cintura. Gamelia.
Extragómez siente nuevamente el ardor en su corazón, no así en sus manos que habían quedado tiesas por el manejo de las riendas con la sensación térmica de 3 bajo 0.
El amor entre ambos no nace inmediatamente, sino después de insistir Extragómez con frotarle aceite alcanforado para aliviar la gripe que tenía postrada a Gamelia desde hacía 17 días.
De la unión de ambos nacieron un par de preciosas niñas -Anahí y Sor Inés-, un varón -Valerio- y un chivito sin nombre.
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Aún hoy es posible, para quienes transiten la ruta 27 hacia el este que cruza el pueblo de Roncatti, encontrar a Extragómez, junto a su familia.
Extragómez trabaja en el aeródromo local bombeando combustible para el Cessna que fumiga los campos aledaños, sin dejar por un momento de recordar aquellas palabras. Aquellas que, en la isla del caribe, llegaron a su interior para abrevar, como manantial que aparece a la vista luego de transitar llameantes desiertos, su espíritu:
“Ni puta idea tengo de dónde se pueden comprar alfajores. Volvé a tu país, che argentino, ya nos visito uno de ustedes hace como cincuenta años diciendo que estábamos al borde de un abismo, y después, uno de los nuestros, nos hizo dar un paso adelante”.(*)
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(*) cita literal recogida por el autor, en el pueblo de Livingstone, costa caribe de Guatemala, de un cubano, capitán de barca de pesca.