20.6.07

Calles sin sombra

Anoche llegué temprano a mi casa. Tuve suerte de salir antes del trabajo, que por cierto estuvo pesado esta semana. Recogí mis llaves, anteojos, encendedor y un par de cd’s que estuve usando. Descolgué el piloto del perchero, cerré la oficina con llave y salí.
Me despedí de la chica de recepción que me hizo, como siempre, el comentario del sol agobiante que había aún en la tarde. Siempre hablaba del calor. Y del sol. Si brillaba porque brillaba, si se nublaba porque no se veía, pero siempre hablaba del sol. Siempre.
Al 128 no lo tuve que esperar demasiado, ni estaba muy repleto. Claro, yo estaba viajando fuera del horario normal de salida del trabajo del resto de la gente.
Me baje del colectivo tres paradas antes, con ganas de caminar, aunque había caminado bastante ayer. Pero quería hacerlo un poco más fuera del límite. Evité caminar por avenidas, quería calles silenciosas, si fuera posible, para imaginar el sonido ese, el metálico silencio que debe haber durante la madrugada.
Yo estoy acostumbrado al golpeteo de las gotas contra el toldo de plástico del departamento de abajo, eso no me desvela, pero quería escuchar el rumor a coches lejanos, interrumpido a veces por segundos, casi puntos suspensivos de silencio.
En la vereda de enfrente vi dos nenas jugando a saltar a la soga. Habían atado un extremo al canasto de basura, y se turnaban por saltar una y otra. Una de ellas, la de vestido verde claro, cantaba.
Seguí por ahí hasta doblar en México, por donde caminé hasta llegar al árbol desde el cual empieza la otra parte, y doblé por Castro. Claro ya me había puesto el piloto, que se había secado bastante aunque no del todo en el trabajo. Pero, como ayer fue viernes, ahora tardaría más en secarse. Hasta el martes, ya que el lunes es feriado.
Ayer me pareció más desagotada la alcantarilla de la esquina de Carlos Calvo, debe haber pasado el barrendero, pero siempre está inundada provocando que tenga que cruzar por mitad de cuadra, donde está el garage. Ahí el agua, no sé porqué, no está tan alta y se puede ver el cordón.
No uso paraguas, incluso lo rechacé cuando la administración del edificio los repartió, porque me resulta algo molesto y me estorba el resto del día. Aunque ya pusieron en el supermercado, el bazar, las agencias de lotería y en las dos farmacias que están en el límite, depósitos para dejar los paraguas por horas, o días.
Por la mañana cuando salgo no es tan fuerte como a partir de las 4, así que con el piloto me es suficiente para llegar cada día a casa, donde ya sé que me esperan las medias secas y las zapatillas que dejo al lado de la puerta.
El fin de semana pasado fui hasta el kiosco de San Juan y 33, el de la vereda de enfrente, que estaba seca. Hacía tiempo que no iba a ese, y me quedé un rato ahí escurriéndome al sol, porque había salido en remera.
Para el otro lado, el límite empieza en Maza, sólo a 7 metros antes de cruzarla para el este. Ahí nunca arreglan las baldosas flojas y prefiero caminar por el costado de la avenida, que al menos, no me salpico tanto.
A veces extraño ver árboles en la calle donde vivo, pero para el caso es una conveniencia ya que al principio se llenaban las bocas de tormenta con hojas. Pero desde que se cayeron, podridos de tanta agua, ya no se inunda tanto. El ultimo se derrumbó hace como 3 años, un paraíso que tendría como quince, pero igual ya no tenía hojas. Pobre, se banco como seis meses de agua constante, de día y de noche.
No, seis no, como ocho o nueve! A ver?...Empezó a llover en mayo del año en que me mudé, antes que yo llegara, y de esto hace cuatro años.
Y aún sigue, constante y permanente.
En una zona que forma una elipse confusa de cinco y media cuadras para el sur, casi cuatro al este, seis contando las tres casas de México al norte y siete al oeste, antes de la verdulería.
En el barrio donde vivo llueve. A veces despacio, otras mas fuerte.
Las tormentas más grandes son cada tres semanas, pero sólo duran cuatro días.
Acá llueve.
Monótona, precisa, invariable y sostenidamente.
Llueve, sin parar.
Siempre.