28.6.07

Amanda, las gatas, las cabras.

Argañaraz mataba cabras. Tantas, tantas mataba!.
Agarraba: cavaba la zanja, pasaba la tranca, apartaba a las vacas, a las chanchas, aplanaba la paja, hachaba las tablas. Llamaba a las cabras, agarraba la pala, talaba manzanas, las aplastaba a paladas para llamarlas, para amarrarlas.
Amanda cantaba, amaba a las gatas.
Argañaraz las ataba, las cabras balaban, bramaban, alarmadas a cascadas. Las callaba a patadas. Amansaba a las bravas, cargaba las balas.
Amanda agazapada acallaba palabras.
Al alba las balas hablaban, las almas pasmadas tragaban la baba. Las ajadas zafaban, las altas clamaban, la Parca mandaba. Argañaraz aplacaba la danza macabra.
Faaaa, pavada! La manada masacrada!
Amanda daba palmadas. La amaba.
Al acabar, lavaba las tablas, llamaba a las vacas, las taradas pastaban.
La hazaña daba plata.
Amanda aplastaba papas hasta la masa, aplanaba la pasta, machacaba albahaca, alcaparras. Lavaba naranjas, tazas, pavas, armaba la cama. Clamaba más gatas, más casas, más alhajas.
Argañaraz la calmaba, la palpaba a mansalva, la achataba a la cama, la planchaba. La dama alzada clamaba, arrancaba las mantas. Arañaba brava. Argañaraz daba y jalaba, nada paraba, tapaba a Amanda la cara. Las sábanas blancas danzaban a las llamas.
A la mañana la aplacada Amanda gastaba la plata. Andaba a la campaña, hallaba alpargatas, tangas baratas, faldas alzadas, calzas marcadas, gafas nacaradas. Gatas castradas acababan la plata.
Argañaraz trabajaba al alba, labraba la zanja, la paz marcaba la granja hasta la matanza.
Más cabras, más balas.
Más plata.



Textos de similares características han sido publicados por el Sr. Bugman.

26.6.07

Aromas vivos

Cuando era chico, tenía un par de libros de cuentos –bah, tenía varios, pero me refiero a dos en particular-. Lo recordé hace poco, mirando un video de Cerati.
Eran de ese tipo, se habría una hoja, y se levantaba una escena tridimensional con el texto del cuento en cuestión. No eran demasiadas hojas, cinco, siete a lo sumo, y cada una tenía en escenario distinto. Habían sido regalo de algún cumpleaños creo, por parte de unas tías.
También tenía libros para pintar, y había uno en particular que, traducido el efecto con los años, en ese momento me volaba la cabeza.
Hojas en blanco totalmente, y cuando les pasaba un pincel con agua, aparecían imágenes de colores. Me parecía mágico eso. Yo creía que los dibujos estaban dentro del pincel, que era muy gordo y me lo regalaron junto con el libro, y que al mojarlo, se chorreaban llevados por los trazos de mi mano.
Entonces, lo que hacía era guardar ese pincel, desechando el libro en cuestión.
Grande era la decepción (y porfiado el crío) cuando no aparecían imágenes si pintaba en cuanta hoja en blanco se cruzaba por mi camino, con el mismo pincel. Y por más que los mayores trataran de explicarme yo les discutía. Obvio, no era cuestión de quitarme la posesión de un pincel que yo había tildado con poderes.
Con los años, cuando aprendí a leer, otro tipo de libros fueron llegando a mis manos. Asterix, Barbazul, Gato con botas, Bella durmiente, con dibujos claro (y bueno, Perrault era prolífico).
Ya bastante más grande aparecían libros dispares a mi alcance: unos versos de Martín Fierro, un Decamerón (que no entendí y me quitaron abruptamente), también un Nuevo Testamento, pero ese me aburría.
Hasta que llegué a tener mi colección, ya con un par de años mayor, que integraron orgullosos mi primer estante de biblioteca. Eran sólo tres libros de una colección de cuentos. Cada uno los debo haber leído unas cuatro veces. La Isla del Tesoro, Robin Hood y Moby Dick. Ese tuvo un par de amenazas de lectura, pero deserté del barco ante la vista de sangre de ballena.
Todos eran de hojas gruesas, tapas duras y, desde los primeros hasta los últimos, guardaban cada uno un olor particular.
Olor de hojas, de pegamento, de cartón. De tinta, de viajes, de selvas y mares.
Hoy paso por algunas librerías, y en aquellas que tienen pinta de oscuridad, pisos de madera, una atmósfera entre mugrienta de polvo y colores desteñidos, y demasiados estantes para andar torciendo la cabeza leyendo lomo por lomo, huelo.
Hago como que miro de cerca los estantes mas viejos, pero en realidad estoy oliendo.
Creo que merece un post aparte hablar de los olores –ya me gustó la idea- pero en esas librerías, hago eso. Y no es tan erróneo el método.
Hace unos meses encontré, posiblemente por casualidad más que otra cosa pero creo que también fue por el olor, Barbazul, forrado de verde, rugoso, petiso y rechoncho como yo lo había conocido.
Por suerte el libro aún existía.
Por suerte el olor guardado en mi recuerdo, también.

20.6.07

Calles sin sombra

Anoche llegué temprano a mi casa. Tuve suerte de salir antes del trabajo, que por cierto estuvo pesado esta semana. Recogí mis llaves, anteojos, encendedor y un par de cd’s que estuve usando. Descolgué el piloto del perchero, cerré la oficina con llave y salí.
Me despedí de la chica de recepción que me hizo, como siempre, el comentario del sol agobiante que había aún en la tarde. Siempre hablaba del calor. Y del sol. Si brillaba porque brillaba, si se nublaba porque no se veía, pero siempre hablaba del sol. Siempre.
Al 128 no lo tuve que esperar demasiado, ni estaba muy repleto. Claro, yo estaba viajando fuera del horario normal de salida del trabajo del resto de la gente.
Me baje del colectivo tres paradas antes, con ganas de caminar, aunque había caminado bastante ayer. Pero quería hacerlo un poco más fuera del límite. Evité caminar por avenidas, quería calles silenciosas, si fuera posible, para imaginar el sonido ese, el metálico silencio que debe haber durante la madrugada.
Yo estoy acostumbrado al golpeteo de las gotas contra el toldo de plástico del departamento de abajo, eso no me desvela, pero quería escuchar el rumor a coches lejanos, interrumpido a veces por segundos, casi puntos suspensivos de silencio.
En la vereda de enfrente vi dos nenas jugando a saltar a la soga. Habían atado un extremo al canasto de basura, y se turnaban por saltar una y otra. Una de ellas, la de vestido verde claro, cantaba.
Seguí por ahí hasta doblar en México, por donde caminé hasta llegar al árbol desde el cual empieza la otra parte, y doblé por Castro. Claro ya me había puesto el piloto, que se había secado bastante aunque no del todo en el trabajo. Pero, como ayer fue viernes, ahora tardaría más en secarse. Hasta el martes, ya que el lunes es feriado.
Ayer me pareció más desagotada la alcantarilla de la esquina de Carlos Calvo, debe haber pasado el barrendero, pero siempre está inundada provocando que tenga que cruzar por mitad de cuadra, donde está el garage. Ahí el agua, no sé porqué, no está tan alta y se puede ver el cordón.
No uso paraguas, incluso lo rechacé cuando la administración del edificio los repartió, porque me resulta algo molesto y me estorba el resto del día. Aunque ya pusieron en el supermercado, el bazar, las agencias de lotería y en las dos farmacias que están en el límite, depósitos para dejar los paraguas por horas, o días.
Por la mañana cuando salgo no es tan fuerte como a partir de las 4, así que con el piloto me es suficiente para llegar cada día a casa, donde ya sé que me esperan las medias secas y las zapatillas que dejo al lado de la puerta.
El fin de semana pasado fui hasta el kiosco de San Juan y 33, el de la vereda de enfrente, que estaba seca. Hacía tiempo que no iba a ese, y me quedé un rato ahí escurriéndome al sol, porque había salido en remera.
Para el otro lado, el límite empieza en Maza, sólo a 7 metros antes de cruzarla para el este. Ahí nunca arreglan las baldosas flojas y prefiero caminar por el costado de la avenida, que al menos, no me salpico tanto.
A veces extraño ver árboles en la calle donde vivo, pero para el caso es una conveniencia ya que al principio se llenaban las bocas de tormenta con hojas. Pero desde que se cayeron, podridos de tanta agua, ya no se inunda tanto. El ultimo se derrumbó hace como 3 años, un paraíso que tendría como quince, pero igual ya no tenía hojas. Pobre, se banco como seis meses de agua constante, de día y de noche.
No, seis no, como ocho o nueve! A ver?...Empezó a llover en mayo del año en que me mudé, antes que yo llegara, y de esto hace cuatro años.
Y aún sigue, constante y permanente.
En una zona que forma una elipse confusa de cinco y media cuadras para el sur, casi cuatro al este, seis contando las tres casas de México al norte y siete al oeste, antes de la verdulería.
En el barrio donde vivo llueve. A veces despacio, otras mas fuerte.
Las tormentas más grandes son cada tres semanas, pero sólo duran cuatro días.
Acá llueve.
Monótona, precisa, invariable y sostenidamente.
Llueve, sin parar.
Siempre.

17.6.07

Días negros

Sólo un mal día. No es nada extraño.
Sucede periódicamente; es más: son raros aquellos casos en los que no se registre ninguno en un período más o menos acotado.
Pero...todo atenta contra uno mismo en un mal día.
El desayuno sabe a nada, el café se quema, la leche está cortada –y la compramos anteayer!- el viaje cotidiano es particularmente irritante.
Las tareas que, de manera habitual ya tenemos aprehendidas y, por ello, no necesitamos revisar muy concienzudamente, ese día salen mal.
Y no entendemos porqué.
Si llueve, seremos salpicados por esa condenada baldosa, o el auto joeputa que en otras oportunidades nos perdona la vida, pero ese día es implacable.
Las personas que normalmente contestan nuestro saludo de manera cordial, ese día nos gruñen.
Pagamos con un billete algo ajado en un supermercado que, casualmente, ese día cambió de cajera y no nos acepta ese harapo.
Todo alrededor conspira, sin que podamos encontrarle la causa, y nos sentirnos arrepentidos de habernos levantado de la cama.
La persona que normalmente nos susurra un par de palabras que nos harían reconciliar con alguna sensación de sentirnos dignos de amor, ese día nos carajea mal porque tiene otitis. Y sabemos que al otro día se arrepentirá, pero justo hoy! ¡¿Justo hoy?!
Los dioses son víctimas de algún piquete que les impide abrir su oficina a horario?
Tendremos agotado el crédito mensual de nuestra tarjeta de serenidades?
Nos olvidamos de ponernos, luego de la ducha, el antitranspirante adecuado, y olemos a infortunio? A desventura?
Es sólo un mal día, decimos, para amenguarnos, en alguna dosis, lo míseros que nos sentimos ante adversidades pseudo externas.Mañana procuraremos dedicarnos con más atención al desayuno, al color de las medias que nos pondremos, a comulgar desde el amanecer atándole un nudo a Santo Pilato o a quien fuere para que, al menos por algunas semanas, nos prive de la sinrazón obsecuente de esos, los solamente malos días.

13.6.07

Uno de los nuestros (IV)

Cap. IV



Vuelto a Buenos Aires, Extragómez cambia de trabajo, influido por las vivencias experimentadas en el caribe, dedicándose ahora al mercadeo de golosinas.
Esta nueva actividad lo lleva a conocer rincones apartados de la república, quedando totalmente prendado del pintoresco pueblo de Roncatti. Lugar al que, ya con 27 años, se dirige para establecer su residencia, alquilando un carro de lechero que estaba decorando la plaza del lugar.
En ese pueblo Extragómez conoce a Leticia, joven agraciada tanto en su ir como en su venir, que no le pasa dos trancos de bola. Más tarde se cruzará con Azucena, quien, aconsejada por Leticia, se dedica a la vida licenciosa con cuanto varón mayor de 13 años hay en el lugar, esquivando concienzudamente a Extragómez. Cierta mañana de julio, cuando hasta la dentadura de los jilgueros se congelaba de frío, Extragómez efectúa un viaje en sulky hacia Buenos Aires, para aprovisionar su stock de caramelos media hora, yum yum frutilla y esas pastillitas de colores, esas que tienen forma de confite y vienen en cajitas de plástico verde ¿cómo se llaman..?
No llega, por cierto, dado que se le empacó el caballo, debiendo buscar pernocte en una hacienda de la zona, dedicada a la cría de cabras y al cultivo de escarbadientes.
Allí lo recibe quien será su segunda esposa, una descendiente de tártaros, morena, metro setenta y tres, lomazo, piernas como para patear penales, dos ojos, boca con forma de pera mordida, orejas repartidas a cada lado, páncreas rozagante, escápula como raqueta de tenis, tabique nasal ínfimo y rastas hasta la cintura. Gamelia.
Extragómez siente nuevamente el ardor en su corazón, no así en sus manos que habían quedado tiesas por el manejo de las riendas con la sensación térmica de 3 bajo 0.
El amor entre ambos no nace inmediatamente, sino después de insistir Extragómez con frotarle aceite alcanforado para aliviar la gripe que tenía postrada a Gamelia desde hacía 17 días.
De la unión de ambos nacieron un par de preciosas niñas -Anahí y Sor Inés-, un varón -Valerio- y un chivito sin nombre.
...
...
Aún hoy es posible, para quienes transiten la ruta 27 hacia el este que cruza el pueblo de Roncatti, encontrar a Extragómez, junto a su familia.
Extragómez trabaja en el aeródromo local bombeando combustible para el Cessna que fumiga los campos aledaños, sin dejar por un momento de recordar aquellas palabras. Aquellas que, en la isla del caribe, llegaron a su interior para abrevar, como manantial que aparece a la vista luego de transitar llameantes desiertos, su espíritu:
“Ni puta idea tengo de dónde se pueden comprar alfajores. Volvé a tu país, che argentino, ya nos visito uno de ustedes hace como cincuenta años diciendo que estábamos al borde de un abismo, y después, uno de los nuestros, nos hizo dar un paso adelante”.(*)
...
...
(*) cita literal recogida por el autor, en el pueblo de Livingstone, costa caribe de Guatemala, de un cubano, capitán de barca de pesca.

12.6.07

Ocho, como patas de araña


La Srta Cosmo me honró con el continuismo de este... juego? virus encadenado? proclama de una secta secreta? los Illuminati!!??
Bueh, la cosa es que, con las variantes que mi limitada capacidad puede ofrecer, ahí vá:
(La idea es que le llegue a un blogger nepalés, y cuando la continúe, no entendamos nada de lo que dice).

1.Cada jugador cuenta 8 cosas de sí mismo.
2. Además de las 8 cosas tiene que escribir en su blog las reglas.
3. Por último tiene que seleccionar a otras 8 personas y escribir sus nombres/blog.
4. Por supuesto, no hay que olvidar dejarles en un comentario, que han sido seleccionadas para este juego.
Se mua:

1-Durante la primaria, me daba vergüenza ser abanderado, por más que era buen alumno. Semanas antes de un acto, dejaba de hacer alguna tarea, o protestaba con las maestras por algo, para que el resultado fuera perderme de llevar la bandera.

2-Soy delgado, flaco en una palabra. No engordo ni adelgazo, comiendo lo que fuere, o no comiendo por 3 días. A veces, en determinadas situaciones, un poco me avergüenzo de eso.

3-En la radio-despertador sintonicé una emisora (no se cuál) que pasa chamamé o algo así. Ni bien escucho eso, manoteo y apago la radio instantáneamente. No, no es cumbia, sino me levantaría de muy mal humor.

4-Laurie Anderson me puede, y es el único autógrafo de un integrante del espectáculo que tengo. Bah, Angelina Jolie también me puede, aunque no tenga autógrafo.

5-Soy mayor de lo que parezco, pero pocas veces me acuerdo de ello.

6-A los 13 vi Lord Jim, y tardé como 20 años en encontrar al autor. También me estropeó Blade Runner. Odisea del Espacio la ví en cine, creo que a los 10. Hay muchas. También me pierdo muchas, esquivo ir al cine cuando una película es muy recomendada. Y cuando voy, me quedo hasta que terminan tooodos los títulos.

7-Hace como 5 años me pelé, me rapé de una, y es una de las más magníficas decisiones que tomé en mi vida.

8-Evito hacer comentarios sobre mi vida privada, o dar datos sobre dónde, cómo, cuándo, con quién. En mi trabajo, por más que hace años que estoy, no saben mi dirección ni mi nro. de teléfono. Si me pasan a buscar por mi casa en auto, me voy un par de cuadras y los encuentro ahí.

Listo, ahora no serán 8, sino algunos menos, quienes - si, y sólo si, tienen ganas- continuarán con esto: Debio, Polakia, Bromo, Vanys

10.6.07

Uno de los nuestros (III)

Cap III


Extragómez, comenzó a trabajar, desarrollando los conocimientos adquiridos durante su época estudiantil, en un banco. Al mismo tiempo, preparaba su ingreso a la facultad de Medicina, para, algún día, poder dedicarse a su inclinación, que no era la medicina, sino otra.
Extragómez conoció a varias mujeres. Una de ellas, la última, incitándolo con veladas colmadas de sustancias de olores extraños, licor no tan berreta y, obviamente, con la sinuosidad de sus curvas, pudo obtener de él el consentimiento para contraer nupcias.
Tal aprobación indujo a Extragómez a formular su única condición para concretar la ceremonia.
“Cuando estemos casados, cojemos con la luz prendida, ok!?”
El matrimonio duró solamente 3 semanas, cuando, una mañana Extragómez se percató de lo lejano que estaba de su anhelo de manijear aviones, mientras miraba las panty que su esposa, ahora dormida, no se había quitado durante toda la actividad sexual de la noche anterior.
A esta altura, lo encontramos a Extragómez con 24 años, ya con un matrimonio fracasado y totalmente alejado de sus estudios terciarios.
Procurando enriquecer su ávido deseo de sapiencia (y para olvidar a la yegua esa), realiza un viaje, que –por un par de semanas- lo marcará, hacia Cuba. Viaje en el que, en los breves intervalos entre mojitos y ron dorado, mujeres fáciles y algún holandés amanerado pero menos bebido que él, conoce a la persona que le influenciará, con sus conceptos, su sabiduría y su profundo entendimiento de la condición humana: el cuidador de termitas del zoo local.

7.6.07

Uno de los nuestros

(Relato en capítulos, totalmente fuera del contexto de este blog).


Cap I


El Sr. Nemesio Extragómez nació en Buenos Aires hace ya un tiempo.
Nemesio vivió en una casita de Floresta durante sus primeros años. Casita que, sin ser un guaso lugar, tampoco era de características humildes.
Sus padres... bueh, no importa eso.
Nemesio se mudó (no, él no, sino él con sus padres, o sus padres arrastrándolo a él) a los 3 años a (ahora sí) una casaza, un caserón, una soberana casa en el oeste del Gran Buenos Aires.
Allí inició sus estudios primarios (no, en la casa no, sino en la escuela). Supo destacarse a partir de 4° grado, cuando la directora del instituto, le preguntó qué deseaba ser cuando fuese grande. Nemesio, sin dudarlo, es más: vislumbrando en la inquisitiva pregunta de esa autoridad alguna posibilidad de acercamiento a tal sueño, respondió “manijero de avión”.
La directora frunció el entrecejo y preguntó: ¿¡qué es eso!?
Nemesio, ya en 7° grado, tuvo su primer novia. Una etérea rubia de 6° que le supo quitar el sueño, hasta que se fue con otro (él no, ella).
Ingresado en el secundario, tuvo la brillante idea, luego de terminado su primer día de clases, de intentar continuar con sus actividades juveniles ya que, empezar el secundario -pensó- no es motivo para no seguir jugando como jugaba hasta el año pasado. Y salió a dar unas vueltas en su bicicleta.
Un Fiat 1100, gris (o celeste claro, no quedó en actas), apenas un autito, tuvo la sagacidad de bajarlo de un hondazo –o de una embestida- de su idea de conservar la niñez como hábito.
Nada, 5 días internado solamente.



Cap II


Durante los primeros años de sus estudios, Nemesio no se destacó por nada.
Ah sí! Se enamoró de su profesora de música, porque a ella le gustaban los Beatles. O sea... no se destacó por nada.
A partir de 3° año, a Nemesio se le chifló el moño. Escuchaba todo el día Invisible, empezó a fumar, tuvo una, y hasta dos novias al mismo tiempo, no se llevaba materias, y comenzó a dejar la mitad de la comida en el plato.
A esta altura de sus estudios, ahora sí, Nemesio resaltó entre sus compañeros, por su rapidez de aprendizaje de materias como Historia. Destacase asimismo en Taquigrafía, al adquirir la virtud de escribir con la hoja puesta al revés, o sea de cabeza, dada su característica de ser zurdo.
En reiteradas oportunidades, fue elegido por sus compañeros, y confirmado por las autoridades del instituto, como cabecera de fila para entrar al baño en los recreos.
El mismo día que terminó 5° año con título de perito mercantil en su haber, el mismo día dije, recibió el telegrama para presentarse a la revisación médica para cumplir con su patria dentro de las filas militares. Sí sí, el mismo día.
Nuevamente sobresalió de las columnas de su compañía, ejerciendo el cargo de aprovisionador de preservativos para las salidas de franco. Desempeñando al mismo tiempo, una aceptable puntería con el Fusil Automático Pesado.
Hubo terminado con tal obligación ciudadana luego de 15 meses, por lo que, a partir de ahora, nos referiremos a él como Extragómez.

Cap III

Extragómez comenzó a... (to be continued)



3.6.07

Afecto liso y llano

Yo no tuve perros. Bah, tuve, pero no eran “míos”, ni teníamos esa relación que suelen tener algunos con sus perros. No éramos amigos, no dormía conmigo, no nos escapábamos juntos para ir a jugar.
Si bien en la casa donde viví había siempre animales: pájaros, gatos, conejos de indias, perros. También los había en casa de parientes.
Pero no, no tenía yo ese sentido de pertenencia de los animales. Pero me gustaban, realmente.
Aún hoy, no vivo con ningún animal en casa. Pero cuando voy a la casa de alguien, que tiene perros, o gatos, me entiendo muy bien con ellos.
Y me ha pasado hasta con desconocidos: ir por primera vez a una casa donde vive un gato, y me aclaran “ah, ahí está Tomás, pero no se lleva bien con los extraños, así que ni te preocupes, se va a alejar”. Pero no, el tipo se me acerca, y puede aceptar (así, tan módico como sólo un gato puede aceptar) algún franeleo. Y escucho comentarios de extrañeza “sos el primero que veo que le hace eso ni bien te conoce”.
Perros, gatos... hasta con tortugas me entiendo.
Eso, me entiendo.
Sin pretender ser su amigo, he vivido alguna vez junto a una cocker. Ella sabía que solamente yo la sacaría a pasear por las noches. Y que yo era quien le calmaba las molestias, aplicándole insulina, cuando cayó con diabetes. Pocas veces jugaba conmigo, y cuando lo hacíamos, realmente no nos entendíamos.
Pero, a pesar de esto, siempre tuve buena onda con los bichos.
Cierta vez, al perro de una novia que he tenido, un caniche negro, vago y callejero, yo lo entendí en su depresión cuando lo pelaron completamente por un acceso de pulgas, garrapatas y no se que otra porquería que se había agarrado.
Juro que entendía su cabeza baja, sus ganas de no comer, su mirada, su lento caminar. Y yo me sentaba junto a su plato de comida, y le daba pedazo por pedazo en la boca. Así tenía la obligada visita todas las tardes (esta novia vivía con sus padres) a la casa para “alimentar a Fito”.
Napoleón, un angora blanco, que tenía una fugaz pareja mía, dormía sobre mis piernas, cuando me quedaba yo a dormir en la casa. El tipo miraba nuestras sesiones de amor, y luego, cuando ya nos quedábamos tendidos dormitando, se subía hasta donde me localizaba y dormía allí. Y también estaba la aclaración “sos el primero que le hace eso”.(o, ahora que lo pienso, no sería alguna especie de comentario subliminal de esa mujer, diciendo...? Mejor me quedo con la fantasía de que con Napoleón me entendía).
Pero yo no tuve perros. O sea, aquellos animales con quienes me pudiese entender, siempre eran ajenos. Y aún hoy lo son.
El gato de mi hermano, las dos gatas y la perra de mi amigo, la pequinesa de la viejita del 5° C, el danés del 2° A.
No sé, pero me resulta muy agradable poder darnos afecto mutuamente, con seres con los que no es necesario mediar palabras.
Ni creerlas. Ni jurarlas.