30.1.08

Colores


Un living con una pared este color amerita pensar seriamente en cambiarlo.
...muy seriamente.

28.1.08

Noche de película

La postergación de ver la peli de un amor en un tiempo en que dos gotas de lavandina por litro de agua era una profilaxis insospechada, daría origen a un sábado desencadenado en otra película.
Habíamos programado con ella una noche de charlas, vino y empanadas. Todo un viaje ya relatado para recrear y los aconteceres de los últimos días. Pero ya la posibilidad de una fiesta ajena estaba latente.
La placidez de la noche bajo las estrellas, el fresco aire que se filtraba entre las plantas y el vino ya cumpliendo su función de estirar las risas y de provocar el llamado a un cumpleañero que se asomó a su balcón, algunos pisos más arriba, serían la previa.
-Subí, venite con tu amigo que aún queda torta! había sido la informal invitación.
Nos miramos, porqué no!?

Como único desconocido en tal reunión, la imagen que se me vislumbró apenas abierta la puerta del sitio del ágape ya hablaba de calidez, risas y bastante alcohol regando la geografía de innumerables vasos y copas.
El homenajeado embanderaba la procesión, sus ojos encendidos en un color rubí no demoraron en darme la bienvenida, en respuesta de mis felicitaciones por su aniversario.
La dueña de casa, su esposa, se acercó cálida con gesto amigable conduciéndonos hacia el resto de los invitados.
Luego de la presentación y saludo a cada presente, tomamos asiento sin que demoraran los vasos de strawberry. La amiga de ella, cohabitante también de tan célebre edificio, se acercó para saludarnos y, habiendo encontrado la excusa adecuada, aprovechó para alejarse del galán que la acosaba sacándole fotos a todos sus perfiles, sonriéndole con gesto contemplativo. Los tres nos sumergimos en un diván para compartir una rogel, mientras el galán me escudriñaba desde lejos, tratando de vislumbrar si quien suscribe le provocaría alguna competencia por la dama, que para la situación, se asemejaba a la gata negra que en los dibujos animados, trataba de escapar del bohemio Pepé le Pew.
El resto de los asistentes reía y comentaba situaciones poco entendibles: La propietaria de unos viñedos, ya entrada en años, se relajaba en un sillón hecho a su medida. A su lado su esposo, portando oscuros bigotes estirados a lo Caparros, procuraba alejarse de la influencia etílica de la mesa donde los demás hombres miraban el inevitable vacío de una botella de Trapiche.
No sé en qué momento, quizá lo fue haciendo lentamente, pero durante los movimientos de mis compañeras de levantarse, llevar y traer platos de tortas, una risueña y simpática mujer, que rondaba peligrosamente el límite entre caer desmayada en el diván o mantenerse en una charla de aristas intelectuales, se ubicó a mi lado para terminar, luego de tres copas de vino con hielo, llamándome Ciru con intenciones poco santas.
Un gordito, con cara de demasiado bueno, procuraba no moverse de su silla hasta que no le pusieran delante otra botella de Trapiche, o de lo que fuere.
El cumpleañero, con sus sesenta y pico recién estrenados, reía mientras escudriñaba su bodega buscando algo que hubiese quedado en el fondo. Ella me abandonó en el diván, dejándome al alcance de la simpática cuasi desmayada, para refugiar en sus brazos a Coral, una gata (verdadera en este caso) que husmeaba por todo plato que hubiese a su alcance y extrañando antiguas raciones de leberbush.
El galán vislumbró la situación del acoso que yo sufría, y se relamió para intentar encarar nuevamente a su presa. Ella mantenía una rotation imposible de describir, pero que esquivaba concienzudamente la cercanía del cazador.
Desde la otra punta de la mesa compartida con el homenajeado, un jovial cincuentón intentaba conducir la charla de los hombres hacia sus aventuras de navegación por el globo. Un matrimonio formado por una menuda pero insinuante mujer vestida con breve falda negra y desmesurado escote – aunque no tuviera mucho para mostrar-, y su desapercibido pero eficaz esposo con mirada de guardabosques, visualizaron la inminencia del descorche de una nueva botella y optaron por abandonar la reunión.
La mujer risueña, sin caer en su desmayo, me miraba con ojos turbios calculando el momento de poner su mano en mi rodilla al primer descuido. Le entorpecí la intención cuando me acerqué a la mesa donde los hombres pergeñaban las maneras de atacar la última botella –un malbec bien estacionado- que fue servido en forma ritual en estilizadas copas labradas.
Ya reíamos todos como viejos conocidos, La víctima del zorrino bohemio había encontrado refugio junto a mi amiga en una trinchera donde las demás mujeres cercenaban las aproximaciones del galán.
El cincuentón jovial insistía en intentar una vaquita de U$S 10.000 por cabeza para comprar un velero de no se cuántos mts. de eslora y navegar hasta Italia.
Me estiré para alcanzarle mi copa recién servida a mi compañera de aventuras y la risueña hizo un movimiento en su asiento para que volviera a su lado. Hice caso omiso y continué escuchando las desventuras de un remoto viaje a vela hasta Colonia.
Coral decidió sentarse a mi lado, limitando los furtivos ataques de la mujer risueña que ya reía a carcajadas mientras me tomaba del brazo.
La noche, que se estiraba entre buenos, aunque desconocidos, amigos, dejaba entrar por el ventanal una suave brisa que hacía rodar las risotadas más allá del balcón. Las charlas de viajes por Brasil, recalando obligatoriamente en Salvador da Bahía, subiendo indefectiblemente al elevador Lacerna, caminando por el Pelourinho y bailando el carnaval al ritmo de los Tríos Eléctricos me unieron definitivamente con el resto de los asistentes.
Hasta que llegó el momento de la declaración, y en medio de un silencio ceremonial, el homenajeado buscó en el fondo de su copa labrada las palabras para hacer sentir a mi amiga más perteneciente a su familia que su propia familia. Un afecto de años que en pocos días se transformará en despedida. Una más y también hacia tierras lejanas, que ella atesorará entre todas la otras despedidas de anteriores buenos, viejos y queridos amigos.

La gata pudo escapar hacia su madriguera antes que el galán intentara un póstumo ataque final.
La risueña se fue trastabillando y masticando su resignación de saberse una noche más sin compañía entre sus sábanas. Los demás bajaron como pudieron las escaleras dejando a su paso promesas de futuros encuentros.
Con mi amiga recalamos en su cabaña por algunos minutos para dejar sedimentar los vinos bebidos, despidiéndonos luego de haber esbozado una somera idea de esta noche, y haberle encontrado el título: una película de Almodóvar.

23.1.08

En una tierra de colores claros I

En los viajes que hacía cuando era chico al campo, muchas veces volvía con preguntas insospechadas, pero no por poseer en aquella edad una lucidez fuera de lo común, muy por el contrario. Las experiencias del mundo eran ínfimas y acotadas a un recorrido que la mayoría de las veces guardaba patrones metódicos.
Durante el viaje había que detenerse en un lugar determinado para descansar, desayunar, ir al baño, y luego continuar. No podía haber un viaje en el que, por más apuro que se tuviera, no incluyera esa obligada parada. No influían circunstancias climáticas, ni desperfectos mecánicos del auto. Había que parar ahí o ahí, aunque se hubiese hecho una parada anterior para desayunar 10 km antes.

Quizá se recurre a ritos metódicos para, de alguna manera, tener un control sobre todo un mundo demasiado improbable. Sin confundir esto con la experiencia, esa que nos asegura que, por ejemplo, detenerse a cargar combustible en una ruta cuando aún hay medio tanque lleno, nos asegura no llegar con el último suspiro hasta aquella estación más lejana, que siempre está colmada con una fila infinita de autos esperando. No, no me refiero a ello, ni a una simple parada técnica, sino a los ritos sin más conocimiento meticuloso que hacerlos porque sí. Porque algo puede suceder si no se celebran.
Para un párvulo de 5 años es difícil entenderlos, y en general se aceptan como ya establecidos sin pretender cuestionarlos demasiado. Quienes los ejecutan, generalmente los padres, tienen una razón, aunque esa razón no tenga la menor razón de ser.
Incluir una vuelta a la manzana de la iglesia de Luján durante el viaje, por ejemplo, era uno de ellos, aunque fuera a las 4 de la madrugada.

Mi idea, en aquel entonces, era entender la funcionalidad concreta de tales prácticas, tratando de conocer las “fatalidades” que pudieran suceder de no efectuarlas. Obviamente no pude alterar el ritmo de aquellas actividades, ni penetrar en el inconcebible mundo de razonamientos que las originaban. Simplemente “debían” hacerse.
Habiendo crecido desterré aquellos hábitos rituales, -que no sólo se restringían a los viajes, sino que en la vida cotidiana y sin tener una familia particularmente religiosa, eran frecuentes- cuestionando la razón funcional de su práctica.
Posiblemente la naturaleza del rito sea recrear momentos, experiencias, recuerdos. Volverse a acunar en algún estado de bienestar antiguo.
Regurgitar recuerdos traídos de la mano de un hecho repetido, sin más razón concreta que mantenerlo vivo.
O reconocerlo extinguido.

7.1.08

Primavera, verano, otoño, invierno, y otra vez primavera


Los Re naceres no existen.
Hay, quizá, la posibilidad de Re comenzar eventos, situaciones, instancias claves.
Re iniciar algo concreto con Re novadas ganas, pero de ahí a saltar a la romántica definición de Re nacer hay un trecho largo. Tanto que prácticamente es imposible Re correrlo.
Los Re naceres no existen ni siquiera para el ave Fénix, que es sólo un mito y nunca existió, aunque se pueda insistir en que al principio de todo, cuando Adán y Eva fueron echados del paraíso, el único animal que no probó de la fruta prohibida fue ese pájaro, que por un error el ángel encargado de desalojar el recinto le incendió el nido y al pájaro mismo, al que después se le dio la gracia de volver a Re nacer de sus cenizas.

Por lo tanto, al iniciarse un nuevo año (sigamos siendo escépticos y pensemos que un año nuevo se puede empezar cuando Re almente uno quiere, sea el 14 de Mayo o el 23 de Septiembre) no se Re comienza nada, sino simplemente se continua haciendo lo anterior.
Claro, se pueden Re cargar las baterías en vacaciones y pensar que se Re inicia el año con ímpetus Re novados, pero... es una mentira.
Continuamos encontrando las medias que quedaron olvidadas debajo de la cama el año anterior, porque nunca desaparecieron de ahí.
Continuamos Re corriendo las mismas veredas cada mañana para llegar al mismo lugar al que hemos llegado cada mañana del año anterior.

Tampoco es para pensar que nada cambia. Obvio que sí, las cosas cambian independientemente del calendario, o haciendo caso omiso de él. No olvidemos que el calendario es un invento romano (y humano, con esa costumbre de catalogar, medir y estipular cada situación para que nada, pero nada de nada quede resuelto por el azar), y como tal, factible de ser sospechosamente impreciso.Y estos cambios, que posiblemente (y dije “posiblemente” y no “seguramente”) suceden por un encadenamiento de acontecimientos anteriores que a simple vista, quizá, nada tenían que ver con este cambio en particular (efecto mariposa?) se debieron a una continuidad de la vida, y no a un Re nacer.


(por cierto, yo no recomiendo pelis, así que ver -y degustar- la película homónima corre por cuenta del lector)