17.12.07

y bueh.. es Diciembre.

Es inevitable, en diciembre, referirse a Diciembre.
Aunque quisiéramos escaparnos de tal compromiso, como dice Zen, el amigo de la otra orilla, caemos inevitablemente una y otra vez en el impostergable racconto de memorias y aconteceres que se juntan, misteriosamente, este mes para hacer un balance, para tratar de rememorar un año demasiado apresurado, para recordar a quienes estaban en diciembre pasado y ahora no están, para sentirnos grandiosos por haber degustado como un vino perfecto, dulce y agrio a la vez, un año más, de punta a punta de nuestras respectivas vidas, o para una infinidad más de cosas que tratamos de apretujar todas en un diciembre.
Sabemos que las fiestas son una excusa, sin pretender hacer imposiciones a favor o en contra de la natividad de un hombre, como nosotros, que nació hace como dos mil y pico de años. Lo que le sucedió después, o lo que hicieron otros hombres con él ya es otra historia.

De chicos, creo que a la mayoría nos alegraban la llegada de Diciembre, por ser el inicio de las vacaciones, por celebrar y recibir regalos en una fiestas que no entendíamos mucho de que se trataban, pero en definitiva para eso son las fiestas, para festejarlas sin más sentido que el festejo en si.
Con el tiempo, ya le fuimos otorgando nuestra propia acepción a Diciembre, distinta y a veces similar para cada uno.
Yo estoy un poco alejado del festejo por el festejo en si. Necesito encontrarle un fundamento personal que no le encuentro todavía.
Y quizá, de no ser por ya no permanecer tan anónimo en el mundo blogger, como diría Casandra , o como le expresé en un comentario a ella, podría articular con menos tapujos mi propio sentir sobre los diciembres propios.
Lo cierto es que este año, o este diciembre, ya se encuentra compartido con personas de las que ignoraba por completo su existencia, al menos en el diciembre pasado.
Y no sólo ignoraba su existencia, sino la capacidad de poder comunicarnos, de encontrarnos a partir de las letras, de las palabras, de los sentimientos (quienes tuvieron la maravillosa gracia de poderlos definir en palabras escritas), de mostrar retazos de sus vidas (quienes tuvieron la claridad mental para hacerlo), de esbozarnos sus triunfos y sus derrotas (quienes no temieron mostrarlos).
Yo, alejado de tener estas capacidades, he incurrido solamente en encontrarles palabras a detalles livianos de mis días, disfrazándolos tozudamente en el Piso 93 y esquivando en gran medida cualquier mención de ellos en Escribiendo Silencios.
Ello no quita la concentrada lectura y los concientes comentarios que le pueda haber dejado a Rochie aún a pesar de mantener un estrecho y afectivo contacto prolongado con horas de charlas, o la fascinación por el cristalino sentir de la Ardilla, o el regocijo por las acertadas caracterizaciones de Uma, lejanas en algunos casos a la bella calidez que un afectivo gurrumín de cinco años le detectó en un abrazo de horas.
Conocer a una desconocida No more recién cuando estuvo de visita, casi sin haber leído su blog anteriormente y a partir de ello generar un placentero contacto a la distancia. Festejar cada comentario recibido con signos de admiración de Polakia, la primer persona a la que le pude interpretar su sentir y admirar cada palabra leída.
Extrañar a la excelente Cosmo cuando el camino blogger separa los intereses o aleja las atenciones, o a Bromo, a veces inescrutable pero siempre noble, del que nos alejan tiempos y alcances, o a Verónique.

Cuando en abril comencé con este blog, la intención era poder abrir un mundo, el mío, y a partir de ello conocer otros mundos abiertos, o que intentaban abrirse, sabiendo que esto siempre es difícil cuando los valores que cada uno enmudece cada día son muchos, pero que así y todo duele más callar que intentar encontrarles palabras, y escribirlas. Y disté, en objetivo, en hacer un recuento de aconteceres “posteables”.
La primera intención no la pude concretar en su real medida, quizá deje eso como materia pendiente para el próximo año, o los venideros. Pero en caminatas extensas junto a Florecita comprendí que las palabras volcadas eran sólo un preludio para la real comunicación que se manifiesta con un roce, con una mirada cómplice o una risa. Por lo tanto este medio no va a suplantar a aquella, la verdadera vía de comunicación que son los ojos, los oídos, los “hechos” compartidos. La fascinación por los placeres de Wonder, aún cuando la materialización de compartirlos a veces diste de la real intención volcada en el blog de hacerlo, no enturbia la comunicación concretada, ni los mágicos encuentros interplanetarios de Dutri se empequeñecen en el atractivo encuentro de las voces.

Desde hace varios años no cuento para las fiestas con un árbol navideño, el cual con razonamientos lógicos y sentimentales he decidido expatriar del incipiente manojo de costumbres que puedo transportar en mi valija, pero que sin duda envidiaría en intención e intenso contenido afectuoso al de Fer, del que orgulloso cuelga mi nombre entre sus ramas.
Y a mismo tiempo he confirmado mis sospechas de que las fronteras fueron creadas por hombres, quizá los mismos que hicieron algo discutible con la vida de aquel que nació hace dos mil y pico de años, y no nosotros, los que no discrepamos por una bandera, y nos podemos entender con afectos simples, discretos y bien pulidos como con Adriana o Rammses, o con quienes distan a demasiados kilómetros de esta Ciudad Furiosa como Huellas Compartidas uniéndonos de alguna manera por la misma forma de sentir la Vida.
Por lo tanto, estar transitando diciembre sin incurrir en referirse a Diciembre sería casi como hacer un blog sin pretender que otros ojos lo lean.
Por suerte, Diciembre sucede sólo una vez al año, pero quienes han pasado por este blog lo han hecho desestimando en que fecha lo hacían, movidos sólo por la búsqueda de palabras transparentes, y quizá encontradas en él.

Gracias por dedicar algunos minutos de sus días, de sus vidas, para leerlo y a través de ello, en algunos párrafos, tratar de ver mi reflejo.


(ah, esto no es un balance, aunque lo parezca)

27.11.07

Llamado a la solidaridad


Se solicitan dadores de información, de cualquier grupo étnico o facción político-intelectual acerca del celuloide de referencia.

El mismo se perpetra en el cine Premier, sito en Corrientes al 1500 de esta capital.

Curiosamente la dirección, guión y montaje de la citada película corresponden a la misma persona(*).

Cualquier información, favor de dirigirse a los Tribunales de esta ciudad o bien dejar un comentario aclaratorio al pie del presente.


Muchas gracias.



(*) Aki Kaurismäki

21.11.07

O..

Quiero:

Alquilar una casa en una isla en el Tigre, o

Ir a pasar un fin de semana a una quinta, o

Tener alguien amigo que viva en las Sierras de Córdoba, y

que me invite a pasar unos días, o

Hacer un viaje largo por ruta, sin apuro por llegar a destino, o

Estar descalzo por días pisando sólo arena, o

Bañarme una tarde de calor en un río helado, o

Estar sentado frente a un amanecer y no levantarme hasta que oscurezca, o

Hacer una fogata por la noche sin guitarras ni canciones de Sui Generis, o.

Tener una cuenta corriente en un bar de playa por 10 días, o

Pescar desde un bote en un lago solitario, o

Mecerme en una hamaca, o

Dormir a la intemperie, u

Olvidar mi nombre, y

Abandonar el reloj, el celular y los documentos, y

pagar cuando vuelva (ergo: abandonar la billetera).

15.11.07

De

de las alegrías, las inesperadas
de las pieles, las que enrojecen
de los cuentos, los incompresibles
de los estares, los transitorios
de las despedidas, las desapasionadas
de los placeres, los declarables
de los colores, los indefinidos
de los mensajes, el mensajero
de los elementos, el aire
de los sueños, el inicio
de los amaneceres, los naranja
de los caminos, los empedrados
de los sonidos, los inaudibles
de los abrazos, los no repetidos
de los recuerdos, los difusos
de los latidos, el último
de las humedades, los rastros
de las miradas, las frías
de los dolores, los vivos
de los vientos, los que llevan voces
de las sombras, las largas
de las estrellas, las que se apagan
de las cicatrices, las que arden.

13.11.07

Cosas raras: lluvia

Cuando era chico pensaba que, después de una lluvia, las cosas cambiaban.
No era un cambio radical, ni perpetuo, sino un leve cambio que se podía percibir por un tiempo, quizá un par de horas nomás.
El barrio era distinto, aunque parecía ser el mismo.
Los árboles eran distintos, aunque ya los conocía de memoria.
El ánimo de las personas era otro, ni más alegre ni más oscuro, sólo otro.

A veces lo conversaba con mis amigos. Más por esa sensación de extrañeza que por tratar de establecer un cambio rotundo.

A veces no entendía por qué la vida seguía transcurriendo de la misma manera luego de una lluvia.



Update, update!!

Por esas cuestiones ,que no creo que alguien tenga la paciencia de perseguir su origen dentro de los blogs, se ha creado –y lo he recibido, gracias a La Mascarada- el Thinking Blogger Award.
Curiosa mención, si las hay, dado que la parte del cerebro que utilizo para aplicar en este blog, normalmente discrepa con el pensamiento lógico y racional. Pero parece que así y todo ha sido premiado. Por carecer de la capacidad para seleccionar de todos los blogs que visito sólo a cinco que puedan ostentar esta mención, no continuaré con este meme. Considero que un blog cumple solamente la mitad de su cometido, correspondiéndole a los lectores el real premio por su constancia, paciencia y acertados comentarios, superando muchas veces con sus manifestaciones holgadamente al texto posteado. Conservaré el galardón en una repisa, como corresponde, agradeciendo profundamente a quien ha seleccionado al presente blog para ostentarlo
.

5.11.07

Dificult music

Siempre me había molestado su queja. Esa letanía llorona de alguna manera me causaba una incierta negación, aunque me invadiera con su persistencia desde los albores de la niñez.
Con el correr del tiempo, la llegada de nuevas generaciones con buen gusto adosado, me apagó la rebeldía de la adolescencia y con ella, provocó el ensanchamiento del oído.
Yo había transitado estereotipos que bordeaban la necesidad de prestar especial atención, no ya a los pies que se pudieran escapar para seguir un ritmo pegadizo, sino a la cabeza que se abría a sonidos nuevos. Nuevas sensaciones, universos desconocidos.
Cuando escuché hace muuucho Relayer, hubo un crack interno. Close to the edge me cortó la respiración, y ahí al poco tiempo, Luis ingresó para plantar bandera dentro de los sentidos. Él me hizo comprender que había todo un mundo del que no hablaban los consejos familiares, ni los profesores, ni siquiera las aventuras hechas letras que los libros que escondía, para leer en las siestas, me habían dado noticias.
Sufrí por varios años una enfermedad no contemplada en los manuales médicos: Spinettismus gravis.
Transité la exhaltación de las pasiones escuchando Sylvia, de Focus. Génesis (el primitivo, cuando el advenedizo sólo se dedicaba a la batería), Floyd en sus inicios, ELP, Crimson...
Zep resquebrajó muchas madrugas, las primeras en las que me quedaba escuchando, gastando el surco de los discos, aprendiendo de memoria cada acorde, hasta que pude apalear un bajo sobre un escenario tratando de emular four sticks. Aquella escenificación adelantada muchos años a la realidad de un Santaolalla muy místico: Agitor Lucens.
Y hubo muchos más, muchísimos, hasta llegar a una madrugada rodeado de libros y apuntes escuchando una radio en la que sonó algo que no concebía, y solo atiné a escribir el nombre del intérprete en un papel que olvidé por muchos años, pero que jamás deseché, L. Anderson.
Con el tiempo, que transcurría por otros caminos subterráneos de los que era yo era ajeno, llegué a visitar algunos antros míticos: Babilonia, Cemento, el viejo IFT.
La explosión de fines de los ’80 trajo mucho para estas tierras en vivo.
Lo nacional emergía polentoso, ricotear los viernes a la noche, Páez haciendo falsete, Garré trayendo prados rosarinos, esquivando a SS aún hoy mismo, el pop no termina de convencerme.
Los ’90 fueron un arco iris de colores nuevos. Infinitos nombres.
Los discos que, trabajando en una radio, cayeron por pura casualidad en mis manos y no se separaron hasta darle el permiso a una adolescente para que pudiera expandir sus horizontes sensoriales, deshaciéndome –por un rato nomás- de lo primerito de Radiohead, pero conservando a Madredeus. Viajes, ya que el dólar así lo permitía, a cunas musicales, incorporando montones de discos al regreso, un Vrom original, descubrir a un Sakamoto incomprensible, una PJ Harvey multifacética.
Variar lentamente los sentidos hacia la magnificación acústica (y sensorial, valga la redundancia).
Hasta que, pasada mucho agua bajo el puente, llegué a las puertas (y entré) a otro, aunque distinto, lugar mítico: La Catedral.
Ahí me reconcilié con el viejo tango. Obviamente tuvo mucho que ver Gotan Proyect y otras delicatessen.
Aquel viejo tango que desde chico, teniendo discos de pasta mucho más anteriores que mi llegada al mundo, había defenestrado por su monocorde pena.
De esa manera, caminando una tarde cualquiera en San Telmo me permito acercarme a un tango más pasional que sublime, entibiado con sonidos de aires -o de cuerdas rememorando un Morgado sutil - , revitalizando y dándole, ahora sí, un sentimiento a aquella letanía llorona que había despreciado en la infancia.
No voy a recomendar nada porque, ya más como práctica jocosa del blog que como real intención, no intento hacer transitar pasos personales, sino que el propósito es solamente dejar abierta la posibilidad de encontrar algo que puede llegar a ser interesante.
Pero reconociendo que un músico, un artista, es otra persona cuando ejecuta su arte. Cuando canta, cuando pinta, cuando crea, permitiéndose trascender su envoltorio de carne y huesos, y liberando esa cosa a la que llamamos espíritu, interior o alma, siempre, repito: siempre deja una sensación de haber arrancado un pedazo de universo (y dale con esta palabra!) para traerlo hasta nuestro alcance, el de los humildes mortales.
Y muchas veces eso entra por los oídos, otras por la piel.
¿O a quién no se le eriza cuando se deja atravesar los sentidos?


(seee, ya se! podría haber linkeado muchos nombres del post, pero la intención no es habilitar data, ya hay blogs que lo hacen con mucho mejor criterio, tanto musical como artístico en general. Sino ahí, al costadito está la lista. Con ellos me nutro.)

25.10.07

Perspectivas

Cuando era chico había un tipo de fiesta popular en los barrios. Las kermesse, que todavía, en pocos lugares, continúan.
No recuerdo mucho de ellas, creo que escuché más hablar de las mismas que haber asistido. Pero a una al menos fui.
Algo así como un parque de diversiones al aire libre, en los que había músicos en algún escenario, montones de juegos del tipo tirar la sortija para embocar en los picos de botellas, pegarle con pelotas a un payaso, darle con un martillo a una cosa que subía y hacía sonar una campana...
Todos los que asistían, generalmente los viernes o sábados a la noche, salían con algún premio de los juegos.
Para mí era más fiesta de luces y de música que de entretenimiento en una calesita. Había lámparas con colores que yo no conocía, olores nuevos , humos verdes y azules que salían de la boca de cañones de cartón.
Y todo era gigante. Claro, yo creo que contaba con unos 3 años para esa época.
En otras oportunidades, la salida en familia era a un parque de diversiones más concreto: el Ital Park (que no se apuren en criticar como prehistórico porque lo cerró Grosso en los años ’90!).
De la primera vez que fui, muy chico también, sólo recuerdo que me perdí y que también todo era gigante.
Y que era ensordecedor el griterío de la gente y el ruido de los juegos.
A un circo nunca fui.
Al zoo fui “estando en brazos”, aunque si recuerdo haber ido otras veces, cuando todavía estaba en un estado paupérrimo (el zoo, no yo) y muy distinto al que es hoy. La visión de un pingüino desplumado y asfixiado por el calor me había estremecido, y juré no ir nunca más.

Ya más grande aprendí a mirar con otros ojos los lugares, encontrándoles, ahora sí, magia.
Y los objetos que antes eran gigantes, para los párvulos actuales son mejor asimilados como elementos de diversión.

De chico yo tenía pesadillas angustiantes con ruedas gigantes.
No me aplastaban ni me causaban daño, sino sólo rodaban a mi alrededor.
Ruedas monumentales, gordas, verdes, inmensas que no me alcanzaba la mano para abarcarlas. Y mi mano era ínfima.
Todo tenía una desmesura inalcanzable, y mis ojos se trataban de abrir más para contemplarlas.
Me despertaba sobresaltado y respirando acelerado pero la imagen de esos sueños me acompañaba por varios días.

Puede suceder con un crucero anclado en el puerto, con una estatua de medidas colosales u otro elemento. A veces, cuando me acerco a un objeto muy grande, me acerco a tocarlo en esos puntos en los que mi mano es ínfima comparada con el tamaño, aunque ya sin angustia ni tener sueños al respecto.

Salvo hace unas noches, que me soñé en una kermesse, donde una mujer muy gorda tocaba el saxo sentada en mis rodillas...

22.10.07

Espejismo de domingo

El mediodía de agradable calor me llevó, como mucho domingos, a caminar por ese pedazo de iracundo arranque de naturaleza porque sí, que es la reserva de costanera.
La bicicleta a mi costado, caminar es placer, caminar sin prisa demorando mirar una laguna que ahora las brisas le arrancan brillos mansos, mirar un pájaro que ya no nos teme, una flor que increpa desde su recién inaugurado amarillo tierno.
Caminar deseando que el momento se estire, caminar escuchando nada, degustando las ideas, los nombres que aparecen porque ahí tienen pista libre para despatarrarse sin pedir permiso.
Caminar sin ser nadie, sin esperar a nadie.
Gente que apenas miro pasa trotando, solitaria, encapsulados en la magia brotada de emepetres, enseñando a sus hijos a andar en bici, sacando músculos, metiendo panza, asomando tetas blancas al sol.
Yo también hago lo mío, destapo la botella de agua y dejo caer un chorro largo sobre la planicie que antes me preocupaba por despeinar en un revuelo desordenado, más antes aún en mantener atada para poder zafar de un trabajo demasiado almidonado, y más antes aún, en dejar que las ondas lleguen a los hombros manteniendo la promesa de años de anarquía importada de playas bahianas.
Aún desde antes de aquello, también visitaba este rincón con aire de salvajismo ciudadano, escapando de un cemento que siempre me quemó los pies, y del que pocos aromas se asomaban. Muchas veces la necesidad de verde me era imperiosa para contrarrestar la vida bajo tubos fluorescentes, la pulcritud y la anemia de deseos. Transpirar lejos de una pecera, sin máquinas estrepitosas ni respirando sudores importados de alguna dudosa Francia.
Volver a aquella sensación de chico, cuando las manos sucias, la tierra empecinada a instalarse en el cuello, la ropa jamás en punto de estreno no impedían a mis amigos llamarme por encima de la pared que lindaba nuestras casas a la hora de la siesta, para salir a descubrir el mundo que podía esconder un charco de agua después de la lluvia, o atesorar por las noches luciérnagas en un frasco vacío de mermelada.

Mientras caminaba lento, prolongando el camino, grupos de uno a tres caminantes transitaba a contramano de mi recorrido.
Los vi venir desde lejos, como a tantos otros, sin reparar en nada, ni la ropa, ni las risas. Pero cuando pasaron a mi lado, fijé mi vista en ella y su nombre se enmudeció en mi mueca de palabras sin sonido.
Me di vuelta –jamás lo hago- para reconocer su caminar. Podía ser, aunque su pelo no lo recordaba de esa manera. Me detuve con ganas de seguirla para confirmar, para mirar a la distancia aquella espalda que había rozado apenas con la punta de los dedos para no alterar un solo pliegue, durante tardes infinitas. Sus hombros que desfallecían como cascadas implacables hacia sus brazos largos como una ruta al ocaso del mundo, para terminar chorreando aquellos dedos livianos y sutiles.
La seguí por unos metros y me hice la pregunta.
La había guardado en aquella imagen del verano que juntos, sentados sobre la alfombra, dejábamos enfriar mates a cambio de besos sin sonidos, con los ojos abiertos tratando de acomodar el universo de nuestras miradas al placer, que siempre se desplegaba nuevo ante el contacto de los labios.
Me hice la pregunta y la respuesta asomó sola.
La miré cuando se alejaba, y el sol y la tierra del camino desbarataban en un espejismo su silueta.

19.10.07

Vacaciones ya!

Habiendo acumulado a lo largo de esta corta semana los suficientes acontecimientos para darme por satisfecho, paso a enumerar:

- Haber hecho saltar la alarma del trabajo, con la correspondiente visita del patrullero y demás personal de vigilancia.
- Quedarme incomunicado de teléfonos, celulares y handy.
- Dejar un supermercado apestando a vino luego de romper una botella –sólo un Bianchi cualunque- que me entorpecía para agarrar el vino que sí quería llevarme.
- Recorrer en un día 84 km –sí, los tengo registrados- en subte, tren, colectivo, ómnibus y remis.
- Recibir la devolución del control remoto de la tv por parte de Manuel del lavadero, adminículo que había llegado hasta ahí enroscado con toda la ropa.
- Haber quemado una pc, cuando se suponía tenía que arreglarla.
- No haber ingerido en toda la semana una sola comida decente.
- Trabajar en dos empresas al mismo tiempo viajando entre 3 y 4 veces por día a cada una.
- Salir a buscar a la pequinesa de la sra del 5° D que se había perdido en el barrio.

Luego de esto, ya doy por cumplida mi dosis de incordios y fatalidades hasta fin de año.

5.10.07

La fin del mundo

De chico había una serie de pelis que me dejaban fantaseando un tiempo largo.
Sábados de Súper Acción era un clásico. A partir de las 2 de la tarde, tres películas de esas entre bizarras y pseudo futuristas, donde las naves espaciales colgaban de visibles hilos de nylon, los trajes de astronautas parecían más mamelucos de operarios de subte con una pecera en la cabeza y cosas así. Pero era lo más.
Películas como “La cosa”, La mosca”, “Aracnofobia” entre muchísimas, dejaban su impronta en mi tierno marulito y en el de todos mis amigos del barrio.
Había algunas pelis, que hablaban del fin del mundo, obvio con invasiones marcianas, con catástrofes que pulverizaban edificios de cartón, con insectos gigantes, o con naves que se llevaban a unos pocos sobrevivientes para vivir en Venus.
La sensación luego de toda una tarde de ver tanto celuloide temático sobre destrucción a mansalva (nunca había sexo) era muy particular. No era temor, ni pavor desmesurado. Era simplemente que algún día algo muy, pero muuuy jodido pasaría en el planeta y la cuestión era cómo sobrevivirla.
Tratar de escapar, imposible. Tratar de luchar contra esos mutantes espaciales, irrisorio. Huir de las catástrofes, simplemente vano.
En realidad era más sorprendente o asombroso que temible, aunque acarreara la extinción de toda la especie humana, o casi.
Hay días que, al salir de casa, la sensación es similar al efecto que producían aquellas pelis.
Lluvia de granizos del tamaño de pelotas de tenis, calles anegadas por lluvias de media hora, caos de tráfico y caras desencajadas, furiosas, desconcertadas.
Hoy por la mañana en la calle se respiraba ese clima calamitoso.
La ciudad despertando hacia una jornada en la que el fin del mundo parece inminente.
Algunas mañanas son muy raras.
Mucho.

30.9.07

Siesta

En otras oportunidades ya hice el comentario, pero merece recordarse.
Yo, normalmente por cuestiones de trabajo, viajo seguido. Son viajes cortos, pero me alejan lo suficiente de la ciudad como para saberme respirando otro aire, mirando otro paisaje a veces distinto de tanta propiedad vertical como la que inunda Bs As.
A veces voy y vuelvo en el día, a veces me toca quedarme por más tiempo.
La semana pasada me tocó radicarme por casi dos días en los pagos rurales de Pergamino, previa pasada por Arrecifes.
Zona particularmente agraria, ya que tiene unas de las mejores tierras de la pcia. Por eso el centro y sur de esta pampa se dedica con más exclusividad a la ganadería donde si bien los pastos son buenos, la tierra no tiene tanta calidad como en esta parte para el cultivo. Como el sur de Sta Fe, E. Ríos o Córdoba
Bien, pasada la ficha técnica, sigamos.
A veces podemos ver todo un cosmos, sólo mirando dentro de una cáscara de nuez. Ampliar o disminuir nuestra percepción debería ser una materia obligatoria dentro de aprendizaje escolar, como para no crecer creyendo que cada uno conforma todo el universo posible.
El ritmo de estas ciudades (aunque uno mismo, salido de ésta mucho más grande, quiera rotular a aquellos como pueblos) es aletargado, tranquilo. Se empieza a ver movimiento a partir de las 7 de la mañana, creciendo hasta el mediodía. Luego del almuerzo, condición irrefutable es dormir una siesta.

Yo, de chico, tenía parientes en una ciudad del interior. Un viaje de unas cuatro horas que finalizaba visitando como primer parada obligada el cementerio. Luego venía la recorrida por el campo de tías, primos, gente que no sabía que tipo de parentela eran, pero que siempre nos recibían con alegría. Obviamente viajaba con mis padres, que llevaban y traían noticias de una ciudad a otra.
Estas visitas eran generalmente de un día, muy rara vez podía ser el fin de semana completo, pero siempre las iniciaba con ansiedad, desde la hora de salida, normalmente de madrugada.
Llegar al campo, recibir besos, sonrisas francas y chistes –siempre se hacen chistes en el campo, chistes que yo no entendía ni siquiera que guardaban un afecto en su interior- era el aperitivo del viaje.
Mi plato principal se iniciaba a la media hora de llegar: yo me ocupaba, mientras los mayores entablaban charlas aburridas durante horas, en:
- Ir a correr a las gallinas.
- Huir corriendo de los teros.
- Investigar dentro de todos los galpones.
- Treparme al (y caerme del) molino.
- Darle de comer duraznos a los chanchos.
- Seguir corriendo a las gallinas.
- Subirme a tractores destartalados.
- Meter la mano en el nido de todo pájaro, hornero incluido, que estuviera al alcance.
- Correr liebres entre el maizal.
- Darle de beber agua a los hijos de las vacas –ya se! pero yo les decía así-
- No acercarme al toro “porque es malo” (?).


Cuando volvía para la casa, de la que a veces me alejaba un par de leguas, ya era digno de ser metido, junto con mi ropa, dentro de una bañera, o debajo del chorro de la bomba de agua.
El viaje de vuelta rara vez me encontraba cansado como para caer dormido en el asiento de atrás del coche.
Entre paquetes conteniendo choclos, salames caseros, huevos y tierra impregnada desde las orejas hasta los tobillos, yo volvía pensando, entre otras cosas, porqué dormían la siesta.
Habiendo tanta vida, tanto anchor, tanto búho, caballo, riacho, bosque, tranquera, pájaro grandote y feo, sapo, maíz. Tierra y barro y árbol para trepar como se podían aburrir durmiendo una siesta?
Claro, yo no vivía allá como para comprender el necesario descanso. Pero en la ciudad yo tampoco dormía siesta.
Siempre era el momento en que los mayores no molestaban como para recorrer e investigar. Para mirar a mi vecina por arriba del tapial, para desarmar el juguete nuevo, para leer aquel libro que ocultaba. Cualquier cosa menos estudiar, eso ya formaba parte del horario de obediencia debida.
La siesta es una cosa de grandes. Que se disfruta y mucho, pero de grandes, cuando ya paladeamos el placer que reporta. Individual o compartida.

De volver a vivir una vida semejante a la que tuve, pocas cosas cambiaría.
Las siestas de la niñez por ejemplo, las mantendría vigentes como el momento más placentero dentro de cada jornada.
Sin dormirlas, obvio.

24.9.07

Breve

Qué lindo tema (dije tema y no tango) es Grisel.
Hay versiones más acertadas que otras. Me estrañaría que E. Morgado no lo haya hecho.
Pero la que hizo L. Vitale es para escuchar.

Pero tampoco recomiendo música.

20.9.07

Feliz año nuevo mío

Los 20 de septiembre termina mi año.
Hace algún tiempo fijé esta fecha, para no andar desperdiciando el 31/12 con balances, estadísticas y recuentos.
Ya hay mucho para hacer el 31.
Que subirse a una silla, que comer no se cuantas uvas, que ponerse ropa de determinado color (nunca pude confirmar si las mujeres se ponían eso que dicen que se ponen, de color amarillo o rosa), que brindar y romper la copa, que bajarse de la silla con un determinado pie (soy zurdo y siempre lo hago con el pie equivocado), que recordar a quienes estaban, a quienes hubiesen estado, a quienes no quería que esten...
Y tratar de hacer todas esas cosas, con varias copas encima.
No, es mucho para un solo momento.
Si bien para esta fecha no se consiguen cañitas voladoras, ni tampoco da para andar gritando por la calle “feliz año nuevo” a cuanta chiruza que se encuentre balconeando, ya bebida hasta los codos, tendré mi modesto festejo.
Unipersonal, obvio.
Sin pan dulce, ni garrapiñadas. Quizá aparezca alguna nuez caída de la mesa de las navidades, olvidada en un rincón lejos de la algarabía de las doce...Quién sabe.

Ah, el balance?Es mío! Quizá –y sólo quizá- si llega a dar un resultado medianamente significativo, abrá post de ello.
Salud!


16.9.07

Fobia

Serían doce horas de ayuno, ningún problema con eso.
Al día siguiente, levantarme más temprano que lo usual para llegar en horario a la clínica. Tampoco hay problema.
El tramiterío no es algo para mentes con IQ elevado. Prueba superada.
La espera ya me sorprendió tamborileando con los dedos sobre mi rodilla. Apenas diez minutos, o menos.
Mi nombre, consultorio 3.
-Buen día, trajo la muestra de orina?
-Hola, buen día. Sí, aquí está.
Joven, en el límite entre linda e intrascendente, tirando a linda.
Prepara tubos, muchos con tapas de distintos colores. Miro su tarea mudo.
-Bueno, subite la manga y apoyá el brazo acá.
Ya el tuteo me cayó mejor, aunque no había razón para no usarlo.
Mientras pega etiquetas numeradas en las probetas –todos somos un número- saca ese endemoniado jeringón, digno para una peridural de un caballo.
Resoplo en silencio. Trato de quedarme quieto, mi pie derecho me traiciona.
A esa jeringa de medida descomunal, le inserta la nefasta, satánica aguja...

Desde chico, -obvio, estas sensaciones nacen en la infancia- le tengo aprensión a las agujas. Está todo bien con ellas pero si se tienen que insertar en mí para ponerme o sacarme algo, me altera.
Alguna vez, cumpliendo con la patria como conscripto, me ha tocado asistir a un compañero con una herida cortante a la altura de sus riñones, junto al médico milico. Llevarlo en andas, contenerle la herida abierta -considerable por cierto- con las manos no era en absoluto un problema. Ignorar sus gritos de dolor, y sus movimientos tampoco. Ni asistir para la curación y luego para la sutura.
Pero en el momento en que me solicita (un militar no solicita, ordena) sostenerle el brazo para inyectarle no sé qué espeso y amarillo empaste, con un aparato propio de la edad media, y aguja de colchonero, ya fue otro tema.
-Sosténgalo que no mueva el brazo. Fuerte.
Le apreté tanto el brazo, que quedaron mis dedos marcados. La vista de esa jeringa metiendo algo que se rehusaba a meterese, denso, la aguja levantando la piel, extraer un poco de sangre para verificar que estuviese en el lugar correcto, me hicieron transpirar.

Las fobias son aprendidas. Algunos tenemos esas cosas que nos alteran el encéfalo –los profesionales, que se que leen esto, permítanme la licencia. Encéfalo en lugar de "ignoto sitio de la psiquis" me pareció con mejor cadencia de sonido, además de ser palabra esdrújula que tiene un cariz así como entrevarado y bla bla bla...- hasta el punto de sobresaltarnos nerviosamente.
Miedos inconscientes que acunamos desde un ignoto origen en la formación de nuestro marulito.
He conocido gente que siente aprensión por las plumas de cualquier bicho emplumado –que esté vivo, curiosamente. Con los plumeros o almohadones ningún drama-.
Lo mío con las agujas de jeringas lo he deshilvanado hasta encontrar los orígenes.
Los miedos de ese tipo, arañas, fuego, lugares cerrados, cucarachas, cuchillos, agua caliente, etc son producto de una idea externa que interiorizamos como peligrosa, o amenazante.
He asistido a la creación, en una criatura de 4 años, del miedo a las cucarachas. Simplemente la madre, cuando el infante se levantaba descalzo de noche para ir al baño, le creó el temor a ellas diciéndole que le morderían los dedos, para asegurarse que se calzara y no caminara sobre el piso frío en invierno. El crío, antes de eso no tenía miedo a tales asquerosidades, de hecho las trataba como simples hormigas o mosquitos. Pero a partir de ese miedo en la oscuridad, de ese ser que le podía dejar los pies hechos muñones, creó ese irracional miedo.
Hay muchos. La mayoría de nuestros hábitos los asociamos como naturales a partir de una, a veces tácita, deformación externa.
Algunas personas tienen la costumbre de pegar en demostración de afecto. Muchos lo hacen: como gesto cariñoso aplican un golpe en la nuca, o en el brazo o a modo de patada en el culo.
Claro, pero te explico querido: que a vos te hayan cagado a palos de chiquito, diciéndote que lo hacían porque en realidad te querían, era una mentira. La violencia jamás es afecto, siempre es violencia. Si te la vendieron así es porque la bibliografía que consultaron tus padres para criarte era la colección de Me Cago en Piaget. Ya es hora que te bajes de la higuera y generes tu propia apreciación del mundo.
Y deja de pegarle golpecitos en el brazo a tu novia, a tus amigos –o a tus hijos- porque eso, a la larga te transforma en un golpeador de primera. El confundido sos vos, y lo demás no tienen que hacerse cargo de la ignorancia de los padres que tuviste, ok!?
Y vos, que aceptás esos golpes con una sonrisa, enterate: también estás equivocado/a . A tus progenitores no le podías detener la cachetada, pero al resto del mundo sí.


..ella me ató la goma en el brazo, me hizo cerrar el puño.
-Respirá profundo.
Obvio que no miré esperando el certero impacto brutal de esa aguja penetrando en mi vena.
No exagero, sentí algo demasiado leve. Muy, pero muy tenue que ni siquiera pude asociar al pinchazo. Ella, que estaba en el límite de ser linda o intrascendente, me pareció la mujer mas bella de la tierra. Cuando me dijo que aflojara la mano y mantuviera el algodón cubriendo una in-sig-ni-fi-can-te marca, la miré como para proponerle casamiento.
Me devolvió una sonrisa mientras se dedicaba a llenar montones de tubos con mi líquido elemento.
Salí feliz, y con ansias de que me llamaran nuevamente de la clínica en algunos días, porque hubiese algún error en los análisis que requiriere volver a efectuar el maravilloso procedimiento.

Update:
Fuí a retirar los análisis. Ella no estaba.
Claro, tanto brazo que pasa por sus manos por día...
Tanto jeringazo que aplica sin recibir, seguro, una mirada como la que yo le dirigí.
Sólo se quedó con unos cc de mi sangre. Me dejó anémico y me olvidó.
Sólo fui para ella un hepatograma más...
No importa, el sentimiento que guardé no necesita replicarse en su eco. Es mío.
Y así quedará guardado, sin rencores.

11.9.07

Autismo

Cuando voy al cine –no, no voy a recomendar pelis porque yo NO recomiendo pelis, ok?- suelo quedarme hasta que terminan todos los títulos, ya lo comenté en algún post.
Lo que suelo hacer, pero eso es menos intencionado sino que solamente sucede, es no poder hablar de la peli durante un buen rato.
Hay quienes ya mismo al salir del cine están pensando en un café, una porción de muzzarela con cerveza o desfilar por los bares de palermo. Yo no pienso.
Me ha pasado de ir con alguien y escuchar ahí, al minuto de terminada “qué te pareció?”
No puedo decir nada, necesito varios minutos, a veces muchos para poder encontrar una traducción entendible como opinión de la misma. Así sea para otra persona o para mí.
Pero rara vez voy acompañado al cine, rara vez lo elijo como salida compartida.
Alguna vez hace años, saliendo de ver el cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, ya en el hall del cine me interceptó alguien, no sé quien era, ni si era hombre o mujer. Compréndase, salir de ver algo de Greenaway no es como salir de ver a Franchella. La cabeza estaba cercenada en pedazos minúsculos que en ese momento trataban de reacomodarse a su lugar original.
Me preguntó “qué tal es esta película?”.
Lo miré, -o la miré, dije que no recuerdo- fijo pero como mirando una ola de 200 mts de altura que avanzaba por Corrientes, con ojos grandes y tratando de comprender un dialecto tan inverosímil como el swahili.
Desconcertado por la pregunta –cualquier cuestionamiento en ese momento me hubiese desconcertado, hasta preguntarme si esa mañana había desayunado con café o mate-.
“No” contesté. “No lo sé”. Y me fui caminado buscando algo en las baldosas mientras susurraba “no lo sé” haciendo una leve negativa con la cabeza.
Ahora que lo pienso, esa debe ser la razón de ser esquivado por amistades para compartir una salida al cine.


10.9.07

De colores y soles

Hay un fenómeno óptico que hace más de un siglo la fotografía bautizó. Más tarde se lo prestó a su hermana, la cinematografía y ella a su vez a su hija boba. Un principio simple, la descomposición de la luz.
Este principio, sintetizando, especifica que, de la unión de un haz de luz rojo, otro azul y otro verde, se forma un haz de luz blanca. Esto es el principio aditivo.
Existe el sistema sustractivo, que es algo similar pero inverso. Igual no viene al caso para esta explicación tal método – no se apresuren a probarlo, la luz negra, físicamente, no existe-.
Quedémonos con que la suma de tres colores primarios, dan por resultado luz blanca.
Si bien este principio se refiere únicamente a la luz, ya que con pigmentos no se manifiesta, dado que ahí intervienen cambios químicos que no hacen a la luz sino a la característica de absorber un determinado haz de la misma por parte de cualquier objeto opaco.

Nosotros somos opacos. Créanlo.
Hay gente –ópticamente hablando- más opaca que otra y algunos –subjetivamente- más transparentes. Pero en términos generales, todos los humanos, razas y malestares hepáticos incluidos, somos opacos.
O sea, reflejamos un determinado haz de luz de acuerdo a la luz absorbida por sustracción de colores.
Pero por adición –no, por adicción no, ahí estamos en otro tema, a veces más divertido, otras no tanto- digamos que reflejamos una determinada mezcla de rojos, verdes y azules.
Pero para poder reflejar tenemos que partir de lo dicho anteriormente: somos opacos.
Ahora ¿porqué luz blanca? Digamos que como tenemos desde hace un buen tiempo sólo un sol, el ñato ejerce una hegemonía dictatorial respecto a nuestra percepción de los colores, ergo de nosotros mismos.
Algunos animales no pueden visualizar todos los colores, y una minoría, directamente ninguno teniendo sólo una visión en blanco y negro-grises incluidos-.
Nuestra percepción de transparencia de otro ser –humano para no complicar el asunto- pasa por otro lugar. Y en ese otro lugar no hay colores, aunque se mal interprete que uno está viendo las cosas color de rosa. O que se las ve negras.
En ese lugar no hay colores, hay afectos. O sentimientos o sensaciones.
Aún así, sin ver colores, vemos transparencias. O creemos verlas, que eso también es válido y mucho.

La mentira de ver la realidad y tergiversar de ella la porción que mejor nos define, nos mantiene vivos.
La cuestión es que no creamos que nuestra mentira es la más realista de todas las mentiras existentes. Sólo nos sirve a nosotros, quizá podamos compartir algún fragmento menor de ella, pero digamos en términos generales que nuestra mentira es única.
Repito, antes que crispen los dedos contra el teclado y comiencen con improperios: la mentira es creer que ese segmento de realidad al que nos aferramos es LA realidad.
Claro, hay realidades y realidades, o para ser más criteriosos hay mentiras mas realistas que otras.
Van Gogh tenía él solito la certeza que sus pinturas representaban su universo, el resto de sus contemporáneos no. Con la excepción de Artaud -espero los puristas sepan consentirme-.
Sin intentar entrometerse en planos psicológicos o, mas profundamente, en filosóficos, digamos en términos generales que, cuanto más apartado de la realidad de los demás uno mismo se encuentre, posiblemente más cerca de la propia esté.
Pero el problema de todo esto, de Van Gogh, de un único sol, de adicionar o sustraer colores, de ver seres opacos y de encontrar algunos transparentes es que necesitamos de la mentira de los demás, lanzada al aire con fuerza de verdad.
Sin ellos, nuestro universo tendría un sol apagado.
Y vivir con un sol apagado, no implica sólo la nimiedad de vivir sin sombras.
Implica no vivir, o vivir sin los demás.
Que podría llegar a interpretarse como lo mismo.


7.9.07

El color de las abejas

Aquel chico miraba por la ventana.
Siempre lo hacía, sin animarse a entrar.
Esa tarde, como otras, el sol de noviembre hamacaba siestas.
Él esperó a que el silencio de la casa, ese que rumiaba a través de las puertas cerradas de las habitaciones unidas, se dignara a guiñar su ojo.
Era la hora, salió sigiloso enmudeciendo el canto de las bisagras con los dientes apretados.
La sombra de algunos árboles, siempre daban sombra los árboles,
escondieron el sonido de sus pasos.
Ya en la avenida dejó el sigilo colgado de una reja y caminó
pensando si alguna tarde la volvería a ver.

Recordaba las palabras escuchadas al azar
en la panadería, aunque no las entendió todas.
Se las repetía cada mediodía a la salida de la escuela,
solas venían a buscarlo
desde un escaparate lleno de migas olvidadas.

Había sido durante una madrugada de viernes que los vecinos
se alertaron por los gritos y permanecieron curiosos detrás
de las persianas. Gritos que se aquietaron cuando el estampido
de los dos disparos iluminaron rojos, naranjas los vidrios de aquella casa.
Fugaces iluminaron.
El tercero demoró un rato, un poco, un momento largo.
En la panadería no se explicaban que culpa tendría la nena para semejante que la madre era otra cosa y se lo había buscado aunque él llegaba siempre tarde de madrugada porque mi yerno me dijo que el trabajo en el ferrocarril era siempre tan bonita calladita eso sí pero atenta cuando cruzaba a algún vecino con su delantalcito tan blanco y claro estaba sola sin su marido todo el día aunque a veces se la veía arreglada y se tenía que ir por varios días porque el ferrocarril descarrilaba lejos tan buenita con esos rulos que le caían y el vestidito a lunares quien hubiese imaginado tan callada trabajador y bueno.

Aquel chico miraba por la ventana.
A la hora de la siesta, cuando se encontraba con ella
para escribir con pedacitos de ladrillo en la vereda
juntos, y hablar del color de las abejas.

5.9.07

Erudito

Los padres suelen, inevitablemente, proyectar para sus hijos una profesión, actividad o deseo propio inconcluso.
Cuando era chico, entre los ocho y los once años, edad en la que los padres solían –suelen- incentivar algún tipo de vocación en los párvulos, fui enviado por algunas horas semanales a recibir clases, particulares o de institutos, de algún tipo de arte o actividad manual.
Mis maestras de primario aconsejaban a mi madre para ello. Me veían con capacidades, aunque nadie entendía de qué.
Si bien en la escuela primaria no era mal alumno, tampoco era el mejor. Había una característica respecto a la mayoría de mis compañeros en la forma en que aprendía. De rápida comprensión sin hacer ostentación exagerada de ello, dedicaba pocas horas al estudio.
Tal es así que asistí a clases de dibujo, idiomas, música, incluso alguna actividad deportiva específica en clubes.
Había en todo ello un problema: yo no elegía la actividad, sino que era obligado a realizarla, con la pauta de haber sido elegida por mis padres como la mas acertada para mis capacidades y edad.
¿Consultarme? Descartado.
Entonces, como era por obligación, dibujo lo dejé a los dos meses, idiomas aprendí hasta que supe traducir el disco completo de Sgt. Peeper, y anduve por el barrio hablando de cielos de mermeladas cubiertos de diamantes y de ojos caleidoscópicos. Mis padres se miraron confusos y, ante la duda, postergaron el mandamiento de aprender idiomas.
Música era otro. Por tres años asistí puntualmente, bajo amenazas en algunas épocas, a clases de solfeo y guitarra. A mí me gustaba el piano, pero una cosa era mandar al infante a algunas clases como para que “aprenda algo” durante algunas horas de la semana, que mi madre aprovechaba descansando de los sobresaltos que originaba, y otra era pretender que “fuera” músico. Por lo tanto, piano nones.
En los tiempos en que asistí a clases de música, he debido rendir dos exámenes por cada año. Pero guitarra no me gustaba. La salida más aceptable a este dilema fue la más complaciente para ambas partes. Estudiaba de memoria. Y ello se tradujo en diplomas con nueve, diez, y mención especial algunos, durante mi efímero tránsito por la academia.
Con los años, este saber me dio participación en una banda formada entre compañeros durante el secundario. Ahí, tocar el bajo, era más cercano a mis inquietudes, tanto musicales como hormonales.
Tres conciertos, de ese tipo al que iban unas cuarenta o sesenta personas, sospechosamente parientes de todos los amigos conocidos, fueron el bautismo de fuego, y también del precipitado ocaso de la incursión por la veta musical. No hubo sexo ni drogas, sólo un incipiente de rock n’roll.
Los deportes no contaron con mi asidua asistencia, sólo por dos años estuve en las inferiores del equipo de voley de Velez.

Las obligaciones, los mandamientos familiares, justificados por mi rebeldía infantil, abundaron durante bastante tiempo. Y los había de varios colores y modelos: ir a la cancha los domingos con mi padre, era un castigo por las escapadas sin horario de regreso en que incurría, a los once años, para ir a caminar junto a mi primer novia –eso justificaba soportar cualquier castigo- por una plaza.
Vacacionar en colonias de verano –ah, esto me gustaba- era en reprimenda de las plantas y árboles que secaba inyectándoles extrañas mezclas de shampoo, kerosen, óxido de cobre y aspirinetas molidas.
O cables de lavarropas, heladeras o veladores que misteriosamente desaparecían, para luego ser descubiertos enroscados meticulosamente a la antena de tv en la terraza, intentando emular cercas electrificadas.
Debió ser por eso que mis padres, años más tarde, no asistieron a mis recitales con la banda, ni recibieron a mi lado el título secundario. Ni tampoco, durante la época universitaria, se interesaron por el avance de mis estudios, incomprensibles por supuesto.
Pero así y todo, aunque no fui del todo lo que ellos proyectaron, creo que estuvieron complacidos conmigo.
O no tuvieron más remedio.

31.8.07

Si no puedes vencerlos...

Dado la afluencia de correos, y habiendo hecho el pedido de discreción oportuno, no tengo más remedio que:

..o anular mi cuenta de correo...

..o pedirles que hagan sugerencias explícitas y más acordes con mi físico.

No puedo, bajo ningún concepto adoptar la indumentaria como la que me envían anónimamente, saturando la capacidad -amplia por cierto- de mi casilla de correos.

No quiero nombres! No busco responsables!
Pero sean coherentes, hostia!




En amarillo pastel habrá?

28.8.07

Minoría Siniestra *

Dicen los que saben que entre los 5 y 6 años se manifiesta –y concreta- la lateralización simétrica del cerebro.
De chico, durante la primaria, mi madre acudió a mis maestras para pedir consejo al respecto. En ese entonces no era tan común ,como en algunos años más tarde, que un párvulo tenga la distintiva característica de usar la mano izquierda. Ellas le dijeron que no impidiera que el crío haga las cosas “de otra manera”.
Mi madre no se fue muy convencida pero les hizo caso.
La cuestión era que el mundo había sido fabricado para el lado derecho de su pantalla, señora.
Por ello, me tuve que acostumbrar a que las tareas las tenía que hacer, algunas, de manera un poco atravesada. O adaptarme.
Y elegí las dos opciones : si bien no tengo mucha memoria, estimo que me increparon para agarrar el tenedor –y comer toooda la comida existente en el plato- de manera más “normal”. Como eso no me complicaba la vida, y para terminar con protestas que yo no comprendía, empecé a tomar algunos elementos de la manera que –complacientemente- correspondía. Pero la tendencia corporal continuó manifestándose para el lado siniestro.
Aunque, insisto, el mundo fue creado de manera autoritariamente diestra.

En algunos países se denomina de manera despectiva al lado -poco santo- izquierdo.
Dios – el de la iglesia católica- sostiene las tablas de la ley sobre su mano derecha, igualmente Junior no quiso levantar polvareda al respecto y se sentó a su diestra en todo cuadro renacentista.
Pitágoras aconsejaba a sus seguidores ingresar en templos y lugares sagrados “por el lado derecho que es divino, y salir por el izquierdo, que representa lo enviciado (obsceno, corrupto, inmoral, licencioso, disoluto, contaminado).
En inglés, cack-handed modernizada con el leftie –o lefty- señala además aquello que sobra, que está de más, y puede ser descartado (o defecado).
En los desiertos beduinos, si alguna vez tienen el beneplácito de ser invitados a comer en esas tiendas tan arabescas, sentados sobre almohadones, les sugiero que no intenten tomar la comida con la mano “sucia”, mas cercana a las excrecencias del cuerpo, y lo hagan con la derecha, más próxima (¿?) a la pureza del corazón.
El universo mismo atenta contra nosotros, que aún seguimos siendo minoría. Los planetas y los electrones giran hacia la derecha. Incluso los relojes.
Un especialista –James de Kay- sostuvo que “los zurdos tienen la enervante costumbre de pensar elípticamente, mientras que los diestros lo hacen en línea recta. El concepto de acción de un zurdo para, por ej, viajar de A hasta B, pasará antes por Z. Ellos piensan de manera tortuosa y sin lógica alguna”.
Si bien es una generalización objetable, lo cierto es que fue tenida mucho tiempo –siglos- en cuenta para justificar la existencia de dementes. Y de artistas (da Vinci incluido).
Alguna encuesta, de esas que nunca faltan, ha sacado a la luz que los zurdos suelen –solemos- ser mejores y más imaginativos amantes (recordar eso de ir de A hasta B pasando antes por Z...) que los diestros.
Hace un par de meses, brotó la noticia de la Universidad de Oxford: aparentemente un gen sería el responsable de controlar la mayor o menor habilidad de una zona del cuerpo, siendo el primer gen que se puede asociar al uso distintivo de una o otra mano. Curiosamente el mismo estudio señala que los portadores de este gen tienen la propensión de desarrollar alguna que otra psicopatía.

Pero volviendo a mi niñez, con el tiempo pude esquivar la dictadura de tijeras, cuadernos, medios de transporte, picaportes, agendas, incluso palancas de cambio (de mi cochecito a pedal). Mi mano derecha (sin olvidar el pie, claro) tuvieron la deferencia de socorrer, no ante la falta de capacidad sino por puro dictamen del “derechismo” imperante, a la mano izquierda. Que así y todo, sigue teniendo la voz mandante en cualquier acción propuesta.
Algunos zurdos que he conocido, convertidos hacia la derecha durante su niñez, curiosamente presentaban una particular falta de orientación. Basta con hacerlos caminar 6 cuadras de manera irregular, para que no sepan hacia donde queda el lugar donde iniciaron la caminata.
Actualmente, toda una corriente permisiva dirigida a la orientación de padres respecto a la crianza de sus vástagos, ha dado origen a una mayor afluencia de zurdos.
Esto significa que llegará el día en que los planetas giren para el otro lado?
O que el diablo, zurdito por naturaleza y definición, se regocijará por la proliferación de más perfeccionados e ingeniosos amantes siniestros?

* sinister, izquierdo en latín.

19.8.07

Estados alterados

Había sido un viaje largo. Primero debimos hacer trasbordo en Santiago –Chile- esperando unas tres horas por la salida del otro vuelo. El aeropuerto chileno muy vidriado, muy panorámico, pero esa noche estaba helado. Tres horas no justificaban ir hasta la capital, ni tiempo habría de sentarse a cenar en un restaurant.
El otro vuelo salió a horario. Amanecimos sobre la costa peruana –imposible ver los dibujos de Nazca, por más que pegué mi nariz a la ventanilla durante media hora- y luego de unas cuatro horas, llegamos a Panamá. Simplemente otra escala, pero que siempre se demoran mínimo media hora.
La siguiente sería Costa Rica, otra media hora.
Resultado: llegamos a tierras guatemaltecas al anochecer, por esos incomprensibles cambios de horario.
Llegar a un lugar desconocido –por suerte hablan español.. o algo parecido- genera toda una ansiedad propia de un adelantado.
Una combi nos llevó hasta Antigua, charlando en el trayecto con el chofer, un guía de turismo más que servicial. Él nos recomendó y llevó hasta la posada. Esa noche cenamos en un pollo frito de los tantos pollos fritos que abundan por toda centroamérica: el pollo campero.
Las calles, las iglesias, los edificios –que no existen- de Antigua tienen la particularidad de parecerse a adornos de tortas. A la vista parecen hechas de azúcar y mazapán.
Guatemala tiene varios volcanes, y algunos demasiado cerca de las ciudades.
Antigua tenía el suyo, que cada tanto hacía un bostezo de humo negro, al que había que mirar cada mañana para ver si tenía la cumbre cubierta por nubes. Eso anunciaba la posibilidad de lluvia, o de día despejado.
A la mañana lo miramos, más por curiosidad que para interpretar sus designios. A la tarde, después de recorrer la ciudad, almorzar en un minúsculo lugar acompañado por tucanes, cacatúas y bananas fritas, fuimos a buscar una agencia para hacer el viaje hasta Tikal.
Ya llevábamos dos días y medio de haber salido de Bs As.
Mi pareja en ese momento, tenía un problema.
Siempre le sucedía al viajar. Tanto a 50 km de la capital o, como ahora, a ocho mil.
Creo que a muchas personas les sucede, bah, todos tenemos descalibraciones cuando hacemos un viaje. Que el sueño cambiado, que las comidas, que el agua...Yo particularmente el agua de algunos lugares no podía tomarla. Y tampoco las gaseosas, ya que tenían... agua del lugar! Así que, en otro viaje, cuando Cuzco me recibió con su olor particular, yo andaba con botellas de villavicencio importadas.
Sí, un problema.
Nunca me pasó en Brasil, bah, en Brasil nunca me pasó nada que no fuera total, absoluta y gratamente asimilable. Todo ahí es para quedar con la cabeza abierta como una sandía.
Pero volviendo...ella tenía un problema.
Ambos sabíamos que sucedería, y también sabíamos que no sucedería aún , sino que faltaban algunos días más para que fuera un problema importante.
Recorríamos farmacias del lugar y lo tomábamos con calma, y hablo en plural porque cuando he viajado con una pareja, nada de lo que le sucediera me era ajeno. Sus problemas eran mis problemas. No me puedo desentender de un acontecer que le pudiera opacar el viaje, y además no estoy viajando solo. Si ambos nos elegimos, ya en una porción de nosotros dejamos de ser uno, no para ser dos, sino para ser uno y el acontecer del otro.
El viaje a Tikal lo postergamos un par de días, pero ya teníamos todo reservado. Tampoco hacíamos excursiones muy largas, sólo de algunas horas. No era cuestión que sucediera en un momento y un lugar inoportuno. Los lugares de ahí, todos, eran demasiado precarios.
Lo único confiable era siempre el cuarto del hotel. Y el baño.
Al amanecer del quinto día, salimos a buscar esa casa de tortas caseras cerca de la plaza principal. El aroma del lugar, mezcla de pastelería recién horneada más café molido ahí al toque, daban para estirar la mañana.
Cuando caminábamos sacando fotos de las iglesias, en otro tiempo destruidas por terremotos, hubo un aviso. Me lo dijo y nos miramos un par de segundos.
Falsa alarma. Seguimos.
Caminando por callecitas de medidas apenas generosas para el paso de carros tirados por burros, hubo una segunda...
Mejor vamos para la zona de nuestra posada.
Mirando y sacando fotos el tercero fue más certero.
Ya!! Me dijo. Medí la distancia hasta nuestro hospedaje, demasiadas cuadras. Taxis? Ni ahí. No tenemos otra, vamos caminando.
No fue caminando, ella arrastraba los pies conteniendo con fuerza mientras crispaba sus gestos. Habrán sido unas doce cuadras, pequeñas pero doce. Eternas.
La última cuadra ya era casi dolorosa. Pedí la llave del cuarto, ella me la arrancó de la mano mientras su mirada me amenazaba: ni pienses acompañarme.
Me quedé en la puerta, mirando la calle ya caliente de sol. Fumé uno, dos cigarrillos.
A los 20 minutos, ella volvía con una leve sonrisa.

Sí, a veces nos descalibramos en los viajes. Que el sueño cambiado, que las comidas, que el agua... A ella le daba por estar estreñida.




15.8.07

Histeria estacional

...que me saco el saco, que me pongo el pongo.
Si la primavera se va a poner a histeriquear desde ahora, que no arrugue y se vaya al maso en septiembre, eh!
Mínimo que se ponga ropa interior delicada y de colores pastel.
Sino, sigo de largo hasta diciembre...

14.8.07

Ficción


Yo no recomiendo pelis.
No conozco trayectoria de directores, ni escuelas.
Prefiero el cine europeo, o a veces asiático.
Voy a verlas por instinto. Claro, algunas veces me equivoco, pero no investigo mucho.

Así que yo no estoy recomendando nada, queda claro?
Pero...
Esta es una historia perfecta, eso salí pensando del cine. Tanto, que ni siquiera tuvieron que recurrir a una ínfima escena de sexo para levantarla. Y eso es orgullo y no del falso.
La historia? Simple, casi como que se podría haber escrito viajando en colectivo.

A veces, hacemos lo que podemos con nosotros, no lo que debemos. Y eso, también a veces, está lejos de dejarnos un final dulce o amargo.
Y el instinto, nuevamente, me entibió un domingo.
Ficción. de Cesc Gay

10.8.07

Living la vida loca.


Todavía, aún este domingo, va a ser invadida la ciudad por esos hongos vestidos de colores!!??
Sí, ok, el general dijo que los únicos privilegiados eran ellos, pero no se les está yendo la mano?
No comprenden que, con estos días tórridos, sacarlos a cines, teatros, a cuando antro de comida estropeante de sus delicados intestinos, es perjudicial?
Después los tienen encanutados bajo tres frazadas durante dos días, sin ir al colegio, con 38 de temperatura. Encima de tener que lidiar con llegar tarde al trabajo porque no les pudieron dejar las suficientes cantidades de chocolates y caramelos para que se mantengan tranquilos en cama.

Quiero volver a tener en cartelera películas dramáticas, enroscadas, complicadas de digerir!
Quiero poder salir del cine y sumergirme en un barcito de Corrientes, que no tenga gritos ni corridas de esos liliputienses, para estrujarme las tripas con la mirada que me dejó en la pantalla, esa mujer de ojos fríos.

Quiero que mis tardes de domingo vuelvan a estar al borde de la agonía.
Si puedo desconectarme de las hordas futboleras, de los matrimonios mayorcitos que van a almorzar agnelotis, de parejas que duermen todo el día abrazados, aún sin saber el nombre de quien se trajeron la noche anterior de esa fiesta rave, porqué insisten en darles vía libre a esos proyectos de ciudadanos??

Si va a estar bueno Buenos Aires, porque no venden paquetes turísticos de 7 días a Gonnet? Esa ciudad es para ellos.
Ya, cuando sean adolescentes, van a lamentar no tenerlos tanto tiempo en casa, aprovéchenlos ahora!

Sres padres: cuiden a sus hijitos y manténgalos en sus hogares. Háganle caso a la naturaleza: el invierno es una época para recuperar energías, para luego desabrocharla descarada, a grito pelado, con conjuntivitis de las piletas, embadurnada de repelente y factor 20 durante la primavera-verano.

Devuélvanme mis domingos.

7.8.07

Sean lectores discretos, che!

Lo estuve pensando un rato.
Hubiese querido mantenerlo sin hacer comentarios.
Por un tema de discreción, o de no hacer más ruido por un asuntito que quedó como parte de un anecdotario.

pero...

Alguien abrá hecho algún comentario fuera de este blog al respecto que yo alguna vez, por necesidades climáticas imperiosas y exclusivamente referidas a un momento particular de mi vida laboral, signada por mi permanencia durante 4 meses en una zona de alta montaña, tuve que aceptar el préstamo de unas calzas?
Sí, ok, eran de un color un poco subido, pero en su momento, salvo quien me las facilitó, nadie tuvo oportunidad de saberlo.
Entonces.. porqué me llegan a mi correo -al menos 5 por día- promociones de Victoria's Secrets !!????



4.8.07

Afinidad sin diploma

Hace ya algunos años que hice mis viaje de estudios. La terminación del secundario tiene ese broche, a veces de oro, otras de simple hojalata.
Mi viaje no fue a Bariloche, era tradición del colegio ir al norte. Un viaje programado ya desde los primeros años de estudios.
Tampoco era un viaje organizado por alguna agencia de turismo, todo fue a pulmón. Era nuestro viaje, y no un paquete vendido para turistas adolescentes.
De alguna manera esa particularidad nos ha hecho mantenernos en contacto con mis ex compañeros. Cuando pasan algunos años, los suficientes como para tener ganas de vernos, nos encontramos nuevamente.
Se organizan reuniones, asados, día completo en algún club de campo, o, si nos encuentra medio faltos de imaginación, simplemente invadir una pizzería durante toda una noche.
Yo particularmente no mantengo contacto con ninguno, salvo algún correo esporádico, con la noticia de fulano que tuvo un hijo, mengana que terminó su carrera y ahora atiende pacientes en un piso de barrio norte, o del otro que ahora trabaja en Corrientes, o de aquella que está en Barcelona .
En realidad, si lo pienso rápido, hijos ya han tenido todos. Incluso algunos ya transitaron el divorcio. (quien suscribe es una excepción en ambos casos).
A veces, se intenta armar nuevamente un viaje al mismo lugar donde fuimos en viaje de egresados. Difícil, pero no faltan adeptos.
Un hotel con aguas termales en el norte del país. Hubo incluso algún fanático que eligió el lugar para irse de luna de miel.
Cuando nos encontramos, sea en el tipo de reunión que fuere, siempre terminamos con similar sentimiento: pueden pasar años, vivir cada uno sin tener noticias de los demás, pero siempre, indefectiblemente, nos conocemos el alma.
No necesitamos disfrazarnos, ni intentar impresionar o enmascarar nuestra vida con felicidades falsas. Tenemos una afinidad que nos hace hablar claro. No somos extraños, no crecimos separados sino que precisamente en esa edad, la adolescencia donde cada uno conformó su identidad como persona, estábamos juntos.
Nos tenemos confianza, de esa clase que no hace falta probar.
Muchos son profesionales, varios se fueron del país, algunos viven lejísimo del barrio donde estaba –y aún está- nuestro colegio.
Pero cuando acordamos un encuentro, ponemos la misma cantidad de sillas que bancos había en nuestro salón del secundario.
Para recordar que lo que somos, es un poquito producto de aquellos días donde ninguno era prescindible. Así no hubiese la afinidad íntima para llamarlo amigo.
Pero tener presente de donde venimos, a veces nos entibia lo suficiente para continuar el camino por el que, cada uno, caminamos.

1.8.07

Página 139 (que no existe)


El 16 de junio de 1871, en la parte trasera del café de Verdun, poco antes del mediodía, el manco acertó un cuatro bandas increíble, con efecto hacia adentro. Baldabiou permaneció inclinado sobre la mesa, una mano detrás de la espalda, la otra sosteniendo el taco, incrédulo.
-No me digas.
Se levantó, guardó el taco y salió sin despedirse.
Tres días después partió. Le regaló sus dos hilanderías a Hervé Joncour.
-No quiero saber nada más de seda, Baldabiou.
-Véndelas, idiota.
Nadie fue capaz de arrancarle adónde diablos pensaba ir. Y a hacer qué, después. Mientras tanto, él sólo dijo algo sobre santa Inés que nadie entendió bien.
La mañana en que partió, Hervé Joncour lo acompañó, junto con Hélene, hasta la estación ferroviaria de Avignon. Llevaba una sola maleta, y también eso era discretamente inexplicable.


Seda, Alessandro Baricco.

Este libro no tiene pag. 139, pero es una pequeña maravilla el estilo de la narración, además de ser bellísima.

30.7.07

Otra vez sopa.

El domingo ya me levanté sintiendo que se aproximaba.
Igual fui hasta la panadería –al frío lo ignoré aunque él insistía-, quería desayunar con algo de repostería dulce.
Sospechosamente, el día anterior, me había antojado con capuccino.
Junto con el desayuno, me mandé un ibuprofeno. Hice el raconto de tener lo necesario en el botiquín.
Almorcé por San Telmo, los domingos me atraen las pastas, reminiscencia de cuando no me gustaba almorzar en familia, cuando la tenía.
Volví temprano, ya que renuncié a la idea de ir a La Rural, será durante la semana.
Me encanuté en la cama para una siesta tardía, y se estiró hasta la noche.
Me desperté y ya estaba la bandera izada.
Un caldo en sobre, eso me va a venir bien. Mentira.
Otro ibuprofeno, con aspirina. Igual será en vano.
Vino caliente u otro alcohol con más octanos? Ya no me acuerdo.
Hoy, los 38.5 se manifestaron mientras viajaba, como a 80 km de mi cama.
Listo, serán un par de días.
Recarajeando a la vida por estar otra vez, nuevamente.
Reiterada y obsecuentemente engripado.
Lo peor, el mareo que no me deja pensar claramente, tendré que poner piloto automático para el retorno.
Desenchufaré el teléfono, apago el celular, me desentiendo de la tv que me crispa como siempre.
Hasta el jueves no renazco.

25.7.07

Primavera en julio

Sabía que sucedería! Lo Sabía!!!
Era Plutón, pero como yá terminó, ahora debía suceder.
Así como hace algunos años auguré que en Bs As un invierno nevaría.
Así como el indicio del vuelo de las aves me indicaba que subte estaba de paro. Lo sabía!
Ella me dijo en un mail que esperara, lo dijo. A mí me lo dijo.
Yo le creí –siempre creo, soy muy crédulo- aunque el tiempo me hizo pasar momentos duros. Difíciles.
Las esperas son angustiantes, dolorosas.
Pero sucedíó!
Y ahora, justo ahora! Hasta inauguré un piso, alto y lejos de todo, intuyendo que algo así –nunca esto- tenía que pasarle a mis días!
Sí habré salido a desbarrancarme por las noches!
Si habré bebido para .. esperar. No, olvidar jamás!
Hasta me pasó que, hace un mes, sin saber porqué, salí a comprar sábanas nuevas!

Los dioses me miraron desde el Olimpo. Miraron y algo semejante a una mueca de sonrisa se dibujó en sus rostros.

23.7.07

De la fe y otras cuestiones

Hay creencias y creencias.
Cada uno tiene un respetado derecho a creer en qué o quién mejor le parezca.
Si bien el tema místico puede causar un cierto escozor a algunos, la verdad es que, normalmente, se suele criticar aquello que no se conoce.
Y, también, están aquellos que se sienten atacados a mansalva por su religiosidad. La caza de brujas terminó hace algunas centurias; ahora los regímenes políticos están más abocados a la caza de terroristas, de narcos y, solapadamente, de aquellos que no cumplan con la sexualidad requerida para conformar una familia tipo (aunque tengan voto). Hace unas décadas se cazaba comunistas o raritos que deambulaban con un libro de Foucault bajo el brazo, con barba y anteojos.
Salvando estos casos, no hay persecución de idolatrías.

Hace unos años me tocó en suerte trabajar durante una temporada en los estudios de una radio de alcance nacional, radicada en esta ciudad.
Mi trabajo -que no viene al caso describir, pero aclaro que nada tenía que ver con algún programa específico emitido por la misma- demandaba que estuviese desde las 16 hasta las 0.00 hs todos los días, precisamente escuchando todos los programas.
La cuestión es que, diariamente, a partir de las 22, comenzaba la difusión de un programa dirigido por los pastores XX de la secta YY (obviamente espero que nadie trate de buscarlos en el catálogo de creencias populares porque ese nombre –y el del pastor- es ficticio, ok?).
Estas personas que desembarcaban cada noche, tenían –curiosamente- acento portugués. Quizá no tenemos una escuela en el país para tales menesteres, y deberá ser necesario importar especialistas matriculados, quién sabe.
Hasta ahora, todo bien. Qué el alma va al cielo, que el espíritu saraza, que la fe. Todo dentro de los parámetros habituales.
La cosa era cuando un oyente llamaba. Primero era atendido por una secretaria (...) quien le tomaba los datos personales. Esta niña, una vez saciada su curiosidad formularia, comenzaba a charlar con el/la oyente preguntándole la índole de su llamado, que problemas tenía, cual era el familiar afectado por una dolencia, desde cuando, que le dijeron los médicos y toda una charla de, al menos, 15 minutos, en los que terminaba conociendo hasta la frecuencia sexual de la persona.
Esta charla más, “íntima” terminaba con la frase “le pido por favor que no le diga al pastor que estuvimos hablando de esto, yo lo hago porque ud me pareció una persona agradable, pero no le comente nada porque sino me echan .Y yo soy del interior y llegué hace una semana a Bs As... y conseguí trabajar con el pastor, pero no le diga que ya estuvo hablando conmigo, sino me quedo sin trabajo”.
A los 5 minutos, el oyente salía al aire, donde el pastor, luego de escucharlo por 30 segundos, ya le adelantaba la índole de su mal: “veo que tu tienes un familiar enfermo, y los médicos no han podido resolverlo...”
Sí, sigue como imaginan.
Claro, uno puede pensar: pero la gente no se daba cuenta?
No. Rotundamente no. Y todos los días tenían montones de llamados, eso puedo asegurarlo.
No creo, particularmente, que se deba escarbar los orígenes que dan lugar a la aparición de estos movimientos espirituales, en la ignorancia de la gente. La ignorancia no es una culpa, sólo es falta de instrucción, de comunicación, de conocimientos. Y los que los tienen, si los mezquinan para minimizar la capacidad de los demás, sometiéndolos como ovejas y exprimiéndolos como pasas de uva, son más culpables que aquellos a los que se acusa de ignorantes.
Uno mismo puede espetarle en el rostro a otra persona con quien estamos en una barra, su ignorancia respecto a la creencia que beber tequila en copa de degustación causa menos mareo que hacerlo en un vasito diminuto. Se le puede decir a un amigo “ignorante” cuando supone que esa chica que conocimos en el bar y de la que nos enamoramos, sólo quiere mentirnos pasión a cambio de cenar en Cabaña Las Lilas o llevarnos de vacaciones a Praga.
Todos somos ignorantes, a diario nos suceden cosas de las cuales no estábamos enterados, y también nos pasan como pato rengo para engañarnos hasta con el precio de la acelga. Obvio, una vez que aprendemos, guardamos ese conocimiento, pero siempre habrá una nueva forma de encontrarnos desprevenidos ante algo, lo que fuere.
A menos que alguien, sea lector o conocido, tenga absolutamente claro TODO en la vida.
Yo no, por ejemplo.

20.7.07

19.7.07

S, D & Rock’n roll

Hoy se termina!!
Hace más de seis meses que Plutón –ya lo dije- le viene mojando la oreja a mi Venus, pero el fato termina hoy!
Acabóse, finish, no more.
El enano plutoniano estuvo resoplándole la nuca a mi etérea venusina desde Enero. Si me habrá hecho arañar las paredes!

Hoy salgo a desbarrancar la noche.
(me voy a ir a tocar el timbre a todos los edificios de la cuadra)


16.7.07

Libretos alternados


El último mensaje que envió a mi celular era desesperanzado, triste, dolorido.
No comprendió lo que muchas veces ninguno –ni yo ni nadie, creo- llegamos a comprender. Esta ausencia que hasta ayer no era tal.
Hasta ayer existía y hoy, a partir de ahora, el otro y la posibilidad del otro serían sólo una piedra que cae al agua, para perderla de vista e ignorar su futuro. Desaparecer de la arena, de la playa, de la superficie y dejar de ser.
No sabemos comprender las ausencias, por más que poblemos de razones las baldosas bajo nuestros pasos cada día.
Nadie está exento, no. –Ni yo ni nadie, creo-.
Pero hoy no me tocaba a mí, sino que yo tenía que cumplir el otro papel, el de piedra.
Ninguno de los dos roles me gustó jamás. Ambos dejan cicatrices.
Aunque siempre tratemos de reconocernos del lado del atormentado, como hojas en un temporal, torturados por un designio iracundo de los cielos, o a esa podrida manía que tenía el otro de hacernos sufrir. Mártires de la hipocresía ajena.
No, ser el actor víctima no es ser el único actor en esta obra.
Vivir es ser ambos, Es reconocernos justamente como condenados y también como jueces.
Y no levantar únicamente las banderas del dolor cuando una decisión del otro nos partió, nos arrancó un pedazo de tripas. Nos dejó sin aire.
Cruzamos constantemente la calle, y nos paramos en cada vereda según los momentos, los instantes, los sentimientos.
Y cuánto tiempo dura el dolor? Sólo aquel que necesitemos, el tiempo que la comprensión –o la falta de ella- designe para que el olvido aparezca, para que el viento deje de crujir.
El otro no nos hiere, sólo cumple con su letra en esta obra. Que nunca estuvo estipulada como comedia.
Vivir no lo es. Quien así lo creyera, se equivocó de teatro.
Éste está siempre lleno, con localidades agotadas desde hace años.
Y en el otro, el de la otra cuadra, nunca me quedé hasta que termine la función, -ni yo ni nadie, creo-.

11.7.07

Confesiones de invierno

Todos tenemos temporadas del año que nos gustan, y también están aquellas que generan todo un sentimiento contrario. Yo tengo la teoría que las estaciones que a cada persona le agradan tienen que ver con el mes de su nacimiento. Lo comprobé, y en un porcentaje de un 75-80 % coincide.
El invierno es una época incómoda, molesta, depresiva, enfermante.
De chico me enfermaba todos los inviernos. Gripe de una. Me incomodaba vestirme en demasía, si bien estaba medianamente abrigado, era sólo por una o dos prendas. Que esto me pica, que aquello me aprieta, que lo otro me cuesta trabajo sacármelo para ir al baño y después otra vez ponérmelo... Claro, los gritos de mi madre no se hacían esperar, pero como el crío la venía de testarudo, el resultado era caer en cama con 39 de temperatura.
Dicen que eso sirve, a la larga, para tener más inmunidad contra los virus. En mi caso, sí.
Hace unos años tuve un trabajo que me llevó a pasar toda la época invernal en los Andes. Durante cuatro meses, interrumpidos apenas por esporádicos viajes a Bs As, trabajé en un centro de ski de alta montaña – uno re fashion- de nuestra cordillera.
Cuatro meses en los que viví rodeado, aislado, tapado hasta la cintura por nieve. Incluso hasta metido debajo.
Por ser parte del personal del complejo, tenía acceso libre a cuanto bar, boliche, restaurant, cine, gimnasio y lugar recreativo que hubiera. Y, mi puesto –que no viene al caso, pero era medianamente jerárquico- también me generaba invitaciones a todos los hoteles, casino y spa del lugar.
El trabajo tenía el inconveniente que era de lunes a lunes, pero... no importaba, no había diferencia entre los días. Todas las santas noches había una reunión, fiesta, copetín, cena, agasajo, asado, paseo, invitación a tal o cual actividad pública o privada, despedida, bienvenida, lo que fuere.
Había gente de la farándula –obvio- pero la verdad? vivían garroneando, en pose todo el tiempo y haciendo obstinada ostentación del ruido que hacía alguna neurona en sus cabecitas. Patéticos.
Las reuniones que comento, eran entre nosotros, los que trabajábamos en el complejo, y quizá algunos turistas anónimos sin más etiquetas que las que colgaban de los guantes de abrigo recién comprados.
Muchas noches, pero estoy diciendo muchas, se terminaban cuando ya el nivel de alcohol en sangre superaba ostensiblemente el exigido hasta para manejar un sulky.
Gran parte de mi ocupación laboral estaba relacionada indirectamente con el personal de seguridad -que, sin ser de particular agrado, se creaba una relación tolerable- tanto local como provincial, por lo que, la misma policía que se encargaba de resguardar a los turistas contra el mal uso de bebidas -y otras hierbas- era con quienes, entre otros -médicos, intructores, personal de guarderías, barman de bares varios, psicólogas, encargadas de RRPP- terminaba esquiando a las 2 de la mañana, con una luna así de grande, cantando a los gritos “donde iremos a paaaarar, si se apaga Valderraaaaama!”.
La única farmacia del lugar, en la que trabajaban tres chicas, también asiduas a estas reuniones, eran la visita obligada de cada mañana. Antiácidos, analgésicos y recomponentes de la flora estomacal e intestinal tenían tanta salida como los protectores solares para labios entre los turistas, o los preservativos al atardecer.
Mi trabajo exigía una cierta postura, mantener una imagen para su ejecución. Hubo mañanas en las que, habiendo dejado perdido en algún recodo desconocido el pantalón térmico que exigían los –3°C de cada día, me veía portando debajo de un ajeno jean, alguna calza amarilla o verde flúo que gentilmente me cedía la señorita con quien había compartido habitación, hasta poder, al mediodía, volver a mi cuarto para recuperar alguna prenda más varonil.
Sí, las temperaturas no eran chiste. Se mantenían entre los 3 y los –5°C, y he vuelto caminando algunas noches las 7 cuadras que me separaban de mi habitación con –12°C.
No me gustan los inviernos, pero ese invierno lo recuerdo por muchas cosas, y además, por no haber caído enfermo.
O al menos no me di cuenta de haberlo estado.