19.7.08

Apenas

..hace un año.

9.7.08

Decisiones, responsabilidades y arroz con salchichas

Ser independiente es un paso importante.
Vendría a ser como que ya uno empieza a vivir la vida con responsabilidades, compromisos y dedicación.
De alguna manera, años más o años menos, sería como abandonar el nido, el hogar de los padres a los 20 para empezar con una vida más individualista, o al menos dedicada al desarrollo personal, la construcción de el propio futuro y bla bla bla.
Ser independiente es un paso importante.

Hay personas que recuerdan el día que hicieron ese cambio. Para algunas se materializó con más claridad en su fecha de casamiento, para otras no.
En general se tiene más conocimiento de la fecha de nacimiento que de la de independencia.
Qué día te independizaste? no es una pregunta cotidiana. No suelen hacerse horóscopos sobre ese día ni conmemorar la fecha con torta y velitas.
Nada.
En general no hay una conducta estandarizada para encarar ese momento, cada uno lo construye como puede. No hay maneras mejores que otras. Yo lo manejé medio torpemente –cómo correspondía a la inexperiencia de mis 23-, con idas y vueltas, pero con la idea clara del “sin retorno”.
Una vez que uno se marcha del hogar, no hay vuelta atrás, eso debía ser incuestionable, pasara lo que pasara.

También están quienes no lograron hacerlo nunca, permaneciendo a lo largo de sus vidas pernoctando en el hogar familiar. Son elecciones propias, en la medida que sean realmente elecciones propias. Tener conciencia de la propia elección es gratificante, sin importar cuál fuera esa elección. En una disyuntiva SIEMPRE hay al menos dos alternativas. Uno elige.
Elegir ser independiente es sólo una, hay otras tan válidas, pero continúo con la idea de independencia.
En general son cambios hechos con alegría, con amigos que acompañan, con dietas de arroz y salchichas, con ropa desorganizada y tirada por todos lados, con cuentas para pagar, con calefones que no funcionan... son cambios interesantes.
Con los años se va aprendiendo a organizar la ropa, a prevenir visitas, a enriquecer la heladera, a pagar las cuentas y tratar de conservar un resto. Se aprende y se disfruta el resultado de ello.
A veces aparece alguien con quién compartir no sólo la cama, sino el resto de la vida. Otras veces aparecen personas con las que compartir la vida es medio engorroso (o incompartible) y pasan de la cama a la puerta de calle. Y otras veces hay demasiado de unas o de otras.
Y los “demasiados” son movimientos sísmicos. Nunca se sabe qué quedará en pié.
O quién.

Pero volviendo a la independencia, en general es un momento de decisión no siempre recordado, pero casi siempre generador de nuevos acontecimientos. Y en la mayoría de los casos siempre llega un momento del cuestionamiento:
“¿qué hago con esta vida que ahora tengo entre mis manos?”.
Buscamos, en algunos casos, responsabilidades ajenas para sopesar la riqueza, o miseria –no exclusivamente económica- con que nuestra vida va llenándonos las palmas, o escurriéndose entre los dedos.
Y se sabe que, cuando uno quiere buscar responsables, siempre los encuentra, aunque se demore algún tiempo en reconocer que no hay mayores responsables que nosotros mismos. Los de afuera son un adorno, a veces más vistoso y fácilmente objetable, pero no pasan de eso.
Los “otros” no son los culpables de la suerte o desgracia ocurrida, si fuimos nosotros quienes, por ejemplo, les dimos las llaves de nuestra puerta, o les habilitamos un cajón para guardar su ropa.

...

Creo que a veces con los países pasa algo similar, o más complicado... pero similar. Como para al menos pensarlo, precisamente, en el aniversario de su independencia.

1.7.08

Los unos y los otros.

Vivir “al sur de..” tiene -o debería tener- algunas pautas propias. Bah, sería casi lo mismo que “vivir al norte de…” con la leve diferencia que la historia, al menos en esta parte del planeta siempre se escribió viviendo “al sur de...”.
En esta porción los cielos son parecidos o casi iguales a los de aquella, pero la concepción de trópicos y ecuador generó una percepción de las estrellas desde otra óptica. Y también del Sol.
Hace años, algunos siglos atrás, todas las sociedades cambiaron su nomadismo y su forma de vida rudimentaria con la aparición de la agricultura. Todos, los del norte y los del sur, los del este y los de más acá.
Todos.
Para comprender ese fenómeno tan prodigioso como era el crecimiento de las cosechas, el efecto de las lluvias, los momentos de recolectar lo sembrado debieron encontrar pautas. Pautas que las rigieran.
Y todos, los del norte, los del este, los de más acá y los del otro lado encontraron esas reglas invisibles mirando hacia arriba, al cielo. Las encontraron en las estrellas.
Y en el Sol.
Todos se dieron cuenta de lo mismo, aún sin estar comunicados entre los del norte y los del sur, ni los de más lejos con los de más acá. Se dieron cuenta que los días no duraban lo mismo, que a veces el Sol demoraba un poco más o un poco menos en aparecer por la mañana, o desaparecer al anochecer.
En una palabra, entendieron los ciclos solares que regían las siembras, las estaciones lluviosas, las cosechas, los fríos y las sequías. Y establecieron fechas para el inicio del proceso agrícola. Anual. Puntualmente preciso. Incuestionable.

Hay dos fechas, dos momentos que rigen este ciclo. Y a uno más que al otro se le dedicaron monumentos, festejos, cultos, incluso de lo deificó.
El momento en que el día deja de ser tan corto y el Sol empieza a permanecer más tiempo en el cielo.

Allá, en el norte, ese día es el 21 de diciembre.
Ahí nomás se daba inicio al nuevo año, al nuevo período de siembra. A la actividad más importante que aseguraba la permanencia y perpetuación de las sociedades sin necesidad de ser presas de las bestias, ni del caos de un mundo imprevisto… o casi. El día que el Sol comenzaba a alargar su visita era previsible. Y había que conmemorarlo. Y de manera incuestionable. De manera lo suficientemente sólida para que fuera el día más importante a festejar a lo largo del año agrícola.
Todas las sociedades se dieron cuenta de ello, las del norte y las del sur. Los pocos que vivían por debajo del ecuador también. Nosotros… o quienes habitaron este lado del globo.
En el norte, las religiones eran las encargadas de fijar los ciclos agrícolas, y establecer su conmemoración. También acá en el sur.
Pero dar explicaciones acerca del “porqué” significaba dar demasiados conocimientos a los simples campesinos, que lo único que tenían que saber era cómo sembrar, regar y cosechar. Los sacerdotes sólo se ocupaban de decirles “cuándo”, porque compartir demasiados conocimientos, de alguna manera, significaba perder su lugar de privilegio, su hegemonía, su poder. Los pueblos no tienen que saber los porqués, sólo tiene que tener conocimiento de los cómo. Los porqués son un saber restringido para aquellos privilegiados que tenían el íntimo orgullo de tener el dominio de dirigir al pueblo, amparados en su ignorancia.
O de empujarlo.

Qué curioso que, justamente, ahí nomás de esa fecha tan importante, se hubiera fijado –muchos años después y por un Papa sin ninguna visión divina, sino con más espíritu de practicidad hegemónica- una celebración también tan importante que poco tiene de referencia con el inicio de los días más largos, con la celebración del Sol calentando por más horas la vida. Muy curioso.

En el sur, algunos de los pocos pueblos que pudieron llegar a tener esos conocimientos no conmemoraban el 21 de diciembre, sino el 21 de junio como el día a partir del cual el Sol comenzaba a recuperar la vida. A partir de ese día empezaba un año nuevo.
En estas tierras al festejo se lo llamó Inti Raymi, y poco tenía que ver con el nacimiento de algún Mesías, sino con el final de la noche más larga, el renacer del Sol.
Esa es una de las razones, quizá la ignorancia oculta más atroz, del renombrado momento en que Pizarro, recién llegado al reino Inca envió a su fraile Valverde a dialogar con el Supremo Inca Atahualpa, a quien le ofrece una biblia expresando que esa "era la palabra de Dios”, a lo que Atahualpa, rascando las tapas y poniéndose el libro al oído no logra escuchar nada, por lo que lo arroja al suelo, diciendo que su dios está vivo y brilla en las alturas, y no se encierra cautivo en un libro.

Actualmente conmemoramos el 25 de diciembre, y el fin de año el 31, más por una cuestión de fe, que por conocimiento de las causas.
Como hace algunos siglos atrás, seguimos recluidos a actuar ignorando los porqués, mientras que quienes guardan celosamente el saber nos guían.
O nos empujan.


Por cierto, aunque con algunos días de atraso, Feliz Año Nuevo (nuestro).